TESTIMONIO SOBRE LA COMPROBADA EXISTENCIA DE DARTH VADER
No sólo creo que existe; empiezo a pensar que es realmente invencible y
que cualquier resistencia, como diría él mismo, es inútil. Darth Vader ya es
más que un mito o una franquicia. Empieza a ser tan ubicuo como la mirada del
GPS. Y es culpa de todos; también es culpa mía.
La cultura de bucle y reciclaje que está imponiendo la industria
cinematográfica estadounidense, con sus precuelas, reboots y demás, ha dado un
paso más hacia la lobotomía neokafkiana del ciudadano global. JJ Abrams es un
peligro, efectivamente; y los cinéfilos que aún creían (¿pero por qué?) en Lawrence
Kasdan deben reflexionar de forma muy seria. Abrams y Kasdan han creado un perfecto
producto de supermercado, que aniquila cualquier concepto de riesgo creativo y
no te deja ni siquiera servicio de atención al cliente. Pobre Lucas, por mucho
dinero que haya ganado.
Ni siquiera me esforzaré en denostar con más argumentos el bodrio desechable de
Star Wars VII; esa es una reacción perfectamente prevista por Disney. Ellos
saben que hay un protocolo que consiste en volver a la pureza original para mantener
vivo el bucle. No debemos ceder, por tanto.
Probablemente, la milicia intelectual y literaria que aún queda en el
mundo decidirá, por consenso pero también por necesidad ansiolítica, que no hay
que malgastar energías humanísticas en enfrentarse a ese tipo de enemigos. Que
el novelista puede ser perfectamente ajeno porque su competición es otra. Que
el alarmismo es, muchas veces, sólo es un efecto de la histeria del que siempre quiere ser el centro de
atención. Y que perder el tiempo en esa hostilidad tiene algo de falta de fe en
el camino elegido.
Puede ser, y así lo creía yo hasta ahora. Pero me parece que la tiranía
numerocrática en la que vivimos, la homologación brutal entre lo masivo y lo (supuestamente)
bueno, está anegando de forma irreversible la vieja cultura humanística dentro
de la cultura del ocio y su albedrío liberal (que no libre). Sí, la cultura del
ocio, aparentemente igualitaria y accesible, está ganando la batalla, aplastando
con la fuerza del número y aprovechando, viralmente, la mala conciencia del
humanista atormentado y autocrítico.
Pongamos que hay tres grandes bandos en la batalla de la cultura hoy: los
liberales que creen que el mercado es, al final, la solución más democrática y
que hay que aceptar sus reglas de juego, porque elige el ciudadano, aunque no nos guste su elección; los conservadores culturales, más
eurocéntricos y elitistas, que se resisten a perder el control del canon (el
Templo Universal de la Cultura), y los rebeldes, que aparentemente defienden lo
popular, lo subalterno, lo antihegemónico, etc. (vamos, la Escuela del
Resentimiento de Bloom). Políticamente, yo podría sintonizar con este último bando,
pero temo que culturalmente estoy cada día más con los humanistas clásicos. Sin
embargo, lo que más me llama la atención es cómo abundan los quintacolumnistas
en los dos bandos no liberales: los rebeldes viven al fin y al cabo de la moda
(académica), y los conservadores parecen muchas veces confundir la pérdida de
sus privilegios con el triunfo de la barbarie, por lo que no dudan en
simpatizar con el liberalismo cuando se trata de vender y darse a conocer. Claro que entre los liberales también hay más de uno que está, digamos, confuso: véase el caso de Vargas Llosa y su muy singular manera de entender la "civilización del espectáculo".
Sea como sea, Darth Vader es ya el mejor blasón de los liberales. Quizá hoy es, a nivel
planetario, cuantitativamente más importante que Shakespeare, o está cerca de
serlo, y quizá sólo uno de los dos sobrevivirá dentro de cien años, cuando casi todo
esté sumergido y sólo flote lo más liviano, lo más asequible (la épica
primitiva y simplona), y no el significado denso, pesado y sobre todo triste. Tal vez estemos ante el Aquiles de una nueva era de la ficción.
Lord Vader, el líder de los liberales, tiene su sable láser siempre a
mano. Lo he visto acompañado por Virgilio, y el poeta-guía, ahora, tiene miedo de que
le corten la cabeza.