"Yo no he muerto en México" (novela)

domingo, 3 de abril de 2016

¿UN NUEVO TRIUNFO DE LA SECTA DE LOS CIEGOS?


Poca gente habla hoy de Ernesto Sabato (sin tilde, según uno de sus caprichos). Tuvo su mejor momento literario en los años ochenta, sobre todo después de su labor como presidente de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas. Pero las nuevas generaciones argentinas (Rodrigo Fresán, por ejemplo) se burlan de él y, por lo que veo, casi nadie de menos de cuarenta años le toma en serio. O al menos no tan en serio como a él le gustaría. Una estudiante defendió una vez en mi clase que El túnel es poco más que una apología de la violencia de género, y, aunque me parece un juicio excesivamente extraestético, cabe la posibilidad de que la novela acabe pronto en el saco de la literatura patriarcal excluida de los temarios universitarios.
Sabato intentó ser posmoderno con Abaddón, el exterminador, pero lo cierto es que el siglo XXI no le está sentando bien. Como José Donoso, otro escritor con pretensiones martirológicas, está perdiendo comba con respecto a los que podrían ser sus homólogos –Rulfo, Onetti- y se está acercando peligrosamente a ser un nuevo Eduardo Mallea. ¿Por qué? Seguramente la respuesta no salvará ya a Sabato, pero a lo mejor nos ayudará a entender algunas prioridades literarias actuales. Sabato ha pasado de moda ante todo porque el metafisiqueo, como diría Cortázar, ya no interesa en la sociedad narcisista en la que vivimos y  en la que cada día, entre tantos signos que podemos interpretar, interesan menos cosas como el cine en blanco y negro. Además, a Dostoievski se le aplica hoy un filtro de Instagram y ya está; para todo lo demás, tenemos ídolos como Steve Jobs. El último romántico fue Roberto Bolaño, pero los bolañistas en realidad quieren puestos universitarios, adelantos sustanciosos, y, en todo caso, conocer el sufrimiento únicamente a través de una pantalla.
Pocos escritores más obsesionados con el sufrimiento, la trascendencia y lo absoluto (sea lo que sea eso) que Sabato, que en muchos sentidos es la perfecta antítesis de Borges, con quien tuvo una relación digamos que no muy buena, como tampoco la tuvo con Cortázar, a quien seguramente detestaba y al que ataca de forma bastante clara en Abaddón. De cualquier modo, Sabato ha caducado porque representa una literatura de consumo difícil, amargosa incluso cuando quiere ser optimista (y llega a ser beata, por momentos). Nada que ver con la literatura de aeropuerto que hoy en día domina sobre todo en España, sea en su versión castiza (Pérez-Reverte), en la filosófica-que-en-realidad-es-digresiva (Marías) o en la versión de “izquierdas” (Cercas o Grandes). Aunque, bien mirado, hace mucho que la literatura española adolece de escritores de la estirpe de Sabato, Donoso u Onetti: apenas tenemos las rarezas a menudo geniales de un Sánchez Ferlosio.
La historia de la literatura está llena de vaivenes entre la gloria y el olvido: son fascinantes desde el punto de vista del estudioso pero son inquietantes para los propios creadores, que pueden sentir que la inmortalidad es poco más que un pasaporte con fecha de caducidad que hay que renovar cada cierto tiempo. Muchos delirios de grandeza han quedado testimoniados en manifiestos, diarios y artículos y, por desgracia, aún funcionan como modelo romántico; debe de ser por eso que cuesta tanto hacer leer a Bourdieu a los estudiantes con pretensiones literarias. Lo peor es que la alternativa a ese trascendentalismo inocentón ha sido la rendición hacia el mercado. Sin embargo, qué entrañable candor el de un autor como Sabato, que sólo publicó tres novelas en vida. Compárese con Marías o Vila Matas. Otros tiempos, otros hábitos. O habitus.
Yo le dediqué muchos años de investigación a Sabato y llegué a familiarizarme con sus méritos y sus defectos. Sus últimos ensayos, publicados en los años noventa, fueron francamente mediocres y repetitivos, sobre todo teniendo en cuenta que toda su obra anterior ya pecaba de reiteraciones. Pero en medio de tanta nadería consumista y tanto adanismo bobalicón, su literatura, con todo y esos defectos, es todavía un subidón de pensamiento trágico.
En Abbadón el exterminador, Sabato, convertido metalépticamente en personaje literario paranoico, era perseguido por la Secta de los Ciegos, que es la responsable del triunfo del Mal en el mundo. Ahora podemos empezar a sospechar que la Secta tiene aún más recursos para conseguir sus terribles objetivos.

2 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho el artículo. A qué se refiere exactamente con "literatura de aeropuerto"?

    Gracias y un saludo

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    1. Muchas gracias, Alfonso. La "literatura de aeropuerto" es la que se vende en las tiendas de los aeropuertos y que se suele caracterizar por ser de consumo fácil y tener diseño atractivo, y por satisfacer de manera muy básica la demanda de entretenimiento de los lectores. Best-sellers, literatura de género, pero también autores más "serios" que encajan bien en el mercado y no provocan problemas o angustias al lector. Un saludo,

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