"Yo no he muerto en México" (novela)

domingo, 11 de septiembre de 2016

ACTUALIDAD DE LO MISMO

Ya llegó ese gran lunes que es septiembre y toca resignarse a la desprestigiada hospitalidad del tedio. Alguno de los gurúes de la nueva era de la autoayuda 2.0 o post-Coelho dirá que no es bueno abusar del rol de cascarrabias y que debo salir de “la zona de confort” para afrontar riesgos y retomar la iniciativa. Esos fulleros vendedores de humo, esos videntes de las quimeras capitalistas, son peores que Luis Rojas-Marcos, el psiquiatra que durante años sacaba lo peor de mí mismo con su defensa del buen rollo terapéutico. 
Ahora resulta que el confort es malo y que arriesgar es positivo: supongo que por eso el Estado del bienestar se está convirtiendo en el del malestar. Me imagino que todos los funcionarios deberían dimitir en masa para convertirse en felices emprendedores y dejar de echarle la culpa al Estado de su situación, y en general todos los trabajadores deberían renunciar a su privilegiada estabilidad para entrar en el rico mundo de las oportunidades. Se empieza con una hipoteca, claro. A partir de ahí, todo son alegrías.
Innovación, emprendimiento, resiliencia: sólo de pensar en esas recetas de la nueva lobotomía me esclerotizo en mi zona de confort, esperando la quiebra de Telecinco o la de El país. Aunque, bien mirado, ¿confort? ¿Qué confort? ¿El del profesor de universidad, en una España descompuesta que sólo premia la corrupción y la fatuidad? ¿El del escritor al que ni su agente responde los mensajes? ¿El del catalán que vive en Sevilla y tiene que aguantar la profunda ignorancia del nacionalismo sea españolista o catalanista? Lo peor de todo es que, objetivamente, no puedo quejarme, teniendo en cuenta, por ejemplo, la consolidación infame del nuevo precariado europeo, que en España se está poniendo a prueba con resultados esperanzadores para el gran capital.  
Por supuesto, como saben los que me conocen, mi alergia ante los optimistas tiene mucho de teatral, pero en realidad pretende ser, más que nada, una modesta aportación al equilibrio cósmico en unos tiempos en los que el papanatismo consumista (véase el penoso espectáculo de la promoción periodística del videojuego del verano) y las ilusiones más necias del egoísmo se expanden y difunden sin apenas contrapeso.
Lo preocupante es que el escenario político debería imponer más gravedad a las conductas, aunque sólo fuera porque hay bastante en juego. Nada bueno ha pasado en España desde junio; el póquer político continúa en situación de pulso permanente y hay pocas esperanzas después del fracaso del sorpasso, que, aunque no fue tan desastroso como se ha dicho, ha desmoralizado visiblemente a la izquierda real. Por otro lado, la jugada de diablillos del PP de poner las hipotéticas terceras elecciones en el día de Navidad ofende hasta a un ateo como yo. Y en cuanto a Cataluña, hoy es otro día de matraca independentista, con el mismo error de base: confundir una respetable manifestación (con niños, eso sí) con un referéndum.

Nada nuevo bajo el sol. La decadencia continúa y se reafirma como el espectáculo más digno de ser visto.

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