"Yo no he muerto en México" (novela)

domingo, 20 de noviembre de 2016

EL EJE DEL MAL

¿Qué se puede añadir sobre el tema global del año, la inquietante victoria en Estados Unidos de esa versión anaranjada de Jesús Gil? La inundación logorreica de chistes y análisis de todo tipo deja a estas alturas poco espacio para la originalidad y casi condena cualquier nuevo esfuerzo intelectual o simplemente retórico. El miércoles pensé empezar esta entrada augurando más absurdos, como un premio Nobel para Trump  -de la paz o de literatura, cualquier cosa es hoy posible- y ese mismo día ya alguien de muy poco talento me pisó la idea. Quizá habría que replantearse de nuevo la función estratégica del silencio en un mundo hipertrofiado de voces, pero la tentación narcisista de opinar es a veces invencible.
El resultado electoral es, desde luego, peligroso en muchos sentidos y, sobre todo, supone una gran decepción desde la perspectiva de la razón digamos ilustrada, pero también habría que templar algunas percepciones a la espera de los acontecimientos que han de venir. El fracaso de las encuestas, en cambio, es menos sorprendente de lo que parece en sociedades cada vez más caóticas y confusas, que mezclan la ansiedad y la improvisación de forma impredecible. No sé quién se extraña de que el poder de las encuestas se cortocircuite por culpa de la arrogancia que sustenta esos sistemas y que está llegando a extremos de saturación. Yo mismo estoy esperando que me llame Metroscopia algún día para decir exactamente lo contrario de lo que pienso y así contribuir al fracaso de esas encuestas tan cansinas como tóxicas.
De todos modos, aunque haya evidentes motivos para la indignación mundial, quizá esa indignación de ahora es en muchos sentidos curiosamente simétrica a la ingenua euforia generada por el triunfo de Obama, y es posible que ambos sentimientos sean igual de hiperbólicos. Al fin y al cabo, podría decirse que los estadounidenses, en su volubilidad, sólo han cambiado el juguete de marca Obama por el juguete de marca Trump. Para la progresía adoradora de Michael Moore (a ambos lados del océano), puede ser inconcebible y aberrante, aunque seguramente se rieron cuando Trump fue anfitrión de su celebrado Saturday Night Live. Pero lo cierto es que no entendieron en su momento la segunda victoria de Bush, y olvidan que, de no haber nacido en Austria, quizá Schwarzenegger hubiera ocupado también la Casa Blanca. Por ello, se escandalizaron en esta campaña con algunas declaraciones de su sabio de referencia, el ubicuo Zizek, y se olvidaron de pensar, entre otras cosas, en la comprensible irritación que produce que Beyoncé y tantos glamourosos también millonarios y más guapos que Trump defiendan a Hillary Clinton (o Klingon). Algo parecido, por cierto, a lo que pasó en España con el nefasto sindicato de “la ceja”.
En especial, la pseudoizquierda de las burbujas universitarias, acostumbrada a hablarse siempre a sí misma y a lavar su mala conciencia arielista con sus aburridos estudios culturales, ahora se rasga las vestiduras, asustada al comprobar la insignificancia de sus heroicos esfuerzos frente a la tiranía numerocrática y la pereza mental de la sociedad de consumo. Tampoco es muy distinto de lo que ha pasado en España, donde también se han magnificado respuestas como el 15-M que luego han sido rebajadas por los datos electorales. Parece evidente que algo falla en la razón democrática y que el conservadurismo (con su dosis evidente de egoísmo e ignorancia) resiste y aun se fortifica internacionalmente. Tanto el diagnóstico como la solución del problema están lejos de ser fáciles, desde luego, porque implican ante todo asumir muchos fracasos intelectuales y sociales frente a la cruda realidad de eso que hay que seguir llamando “las masas”.

Veremos si Trump acaba siendo peor que el presidente de La zona muerta o el de House of Cards. Se avecinan tiempos difíciles, seguro. Pero cuándo no ha sido así.

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