"Yo no he muerto en México" (novela)

domingo, 12 de marzo de 2017

SOBRE LO UNIVERSAL DEL SUFRAGIO


El independentismo catalán, empeñado desde hace años en que se le tome en serio, ha conseguido ya ese objetivo, pero se acerca a su encrucijada más seria, porque por la vía legal choca con el muro que ya conoció Ibarretxe en su momento. Nadie, sin embargo, quiere suicidarse políticamente siendo el primero en poner el freno, lo que significaría quedar estigmatizado para el futuro y sin placa en la plaza del pueblo. En ese contexto, la opción pragmática de seguir trabajando en la ampliación y persuasión de la base social a la espera de un contexto más apropiado (porque Rajoy, aunque a veces nos lo parezca, no será un presidente eterno) ha sido desechada, y la razón está en la ansiedad de los que temen que los vientos de la Historia diluyan el impulso actual y la espuma baje como ha sucedido con los vascos. Son los mismos que se dejan seducir por lo desconocido y que están ilusionados ante la perspectiva de un escenario sin precedentes en el que se imponga sencillamente quien demuestre más voluntad (es decir, más convicción; es decir, más fanatismo) y consume los hechos. Por si acaso, el laboratorio de ideas (de Rahola a Viver i Pi-Sunyer, pasando por sor Lucía Caram) busca soluciones imaginativas para ir un paso por delante del gobierno español, cosa que en cierto modo está consiguiendo, aunque lo que le sale son ideas a menudo aberrantes basadas en triquiñuelas secretas, juegos de trilero y dobleces fulleras, que pueden conducir al monumental disparate de declarar la independencia para convocar el referéndum para saber si el pueblo quiere la independencia. Por supuesto, en la lógica indepe, todo es perfectamente democrático, porque el demos está acotado y la mística voluntad del pueblo eterno es muy clara: según parece, una amplia mayoría (TV3 dirá pronto que es un 105%) quiere el referéndum. Lo quiere, parece ser, pero no está claro si lo necesita ya, hoy, de manera inmediata e insoslayable; en todo caso, también querría seguramente que el PIB estuviera repartido de otra manera, y no parece que en ese sentido se le haga mucho caso, ni desde Madrid ni desde la plaza Sant Jaume. ¿Es así como se quiere crear la nueva república? ¿Esa es la revolución de las sonrisas? ¿De eso se trataba todo? ¿De que la mitad más chillona gane a base de conchabanzas y a hurtadillas? ¿De dar por ganado el partido por la mínima sin haber siquiera salido al campo a jugar, como en los casos de forfait?
La deriva sediciosa del independentismo en esta legislatura está perjudicando su inicial legitimidad social, y ello se debe a la permanente provocación y el empecinamiento monotemático, tan bien resumido en el lema del derecho a decidir, una de sus mejores maniobras retóricas. Sin embargo, los que no estamos en esa parroquia pensamos que esto de votar es más serio de lo que parece y que requiere de algo más que entusiasmo dominguero. ¿El Brexit solucionó el problema o creó uno nuevo? ¿Acaso no les hubiera mejor a los escoceses independentistas si hubieran esperado algo más de tiempo antes de hacer su referéndum? ¿Realmente un hipotético referéndum catalán con un resultado hipotético pero no improbable de 51-49, en un sentido u otro, resolvería algo y justificaría tantas energías invertidas y un posible trauma histórico?
Imitando cierta frase de Homer Simpson, podríamos gritar: "viva la democracia, la causa y la solución de todos los problemas". Pero es que no acaba aquí el asunto: entiendo que Bertín Osborne no tenga ese derecho a decidir sobre Cataluña, pero ¿y en mi caso? Perdón por la autovictimización, pero yo nací en Barcelona, me eduqué en catalán, he vivido allí más de treinta años (pagando impuestos cuando tocaba) y si ahora resido en Sevilla –paraíso, demasiado a menudo, de cierta catalanofobia muy característica-, es básicamente por la endogamia de la Universitat de Barcelona, que me cerró tres o cuatro veces la puerta en las narices. Con esos antecedentes, ¿soy parte de ese pueblo catalán que busca la libertad que se le ha negado desde hace tres siglos? ¿Soy catalán porque me siento catalán, porque ontológicamente lo soy, porque lo quiero ser, porque lo debo ser, o simplemente lo fui y dejé de serlo en cuanto cambié de lugar de residencia? ¿Tengo, sea como sea, derecho a decidir? ¿Sobre qué, exactamente? Sé que hoy estoy abusando de las preguntas, pero es que ni siquiera tengo claro si son preguntas retóricas o no.
Mi caso es, por supuesto, un átomo insignificante de toda esta historia, pero a lo mejor no es tan irrelevante si hacemos algunos cálculos y recordamos que la delimitación del censo electoral podría ser decisiva en un caso de empate técnico como el que se vive ahora. No se trata, por tanto, de poner excusas para retrasar el problema a la espera de que se desinfle, sino de respetar la complejidad del problema, que no es poca.

Quién me iba a decir a mí que acabaría defendiendo la constitución que da privilegios eternos a los Borbones. Será la vulnerabilidad creciente que conllevan los años, pero lo cierto es que hoy prefiero la ciudadanía como protección individual antes que la identidad como hechizo romántico.

8 comentarios:

  1. Pablo, respetando tu particular visión sobre la independencia o intentos indepentista, no puedo estar de acuerdo con la descripción generalista que haces de tu ciudad de acogida, Sevilla. Que haya catalofobia, no lo dudo, pero como hay odio a lo andaluz en ciertas partes de Cataluña y no por eso Cataluña merece ser definida como "andalufoba". No sería justo. Y en este caso, no lo estás siendo con los sevillanos que respetamos a nuestros amigos catalanes.

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    1. Tienes razón: las descripciones generalistas son siempre peligrosas, y en absoluto debéis sentiros aludidos mis buenos amigos sevillanos. Pero yo no he dicho que todos los sevillanos sean catalanófobos; eso sí, podemos examinar algunos medios de comunicación que ambos conocemos, y después sacamos algunas conclusiones sobre determinadas obsesiones que tienen algunos creadores de opinión muy influyentes. Y cuando quieras, hablamos del menosprecio a los andaluces en Cataluña, que también he sufrido, por cierto.

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  2. Sinceramente creo que la cuestión catalana (llamarlo problema catalán me parece tendencioso de partida) se ha complicado por culpa del inmovilismo de los dirigentes de este país. Si la ley permite hacer consultas con la condición de que se realicen en todo el territorio español, adelante. Sería fácil extrapolar luego los resultados en Cataluña y comprobar el apoyo social con el que cuenta el independentismo allí. Así, creo yo, no se sentiría menospreciado nadie, ni los catalanes ni el resto, en la toma de decisiones que afectan a todos. Esto serviría para comprobar, con el asombro de muchos, que habría apoyo a la "desconexión", imposible en su totalidad entre Cataluña y España, y apoyos a la permanencia tanto dentro como fuera del territorio catalán (establézcase el paralelismo entre anticatalanismo y antiespañolismo). La obsesión de algunos por formar parte del catálogo de héroes-mártires de la Historia de España/Cataluña es la culpable de que se acaben enfrentando partes de la sociedad que se fanatizan al mismo ritmo de ciertas declaraciones amplificadas por medios de comunicación tendentes al maniqueísmo. Bon dia, miarma.

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    1. El inmovilismo suele dar beneficios electorales, y así ha funcionado hasta ahora, en un lado y el otro. Rajoy no ha querido ceder nada porque Aznar (en la primera legislatura) y luego Zapatero negociaron de diversos modos sin conseguir resolver el problema, que todavía no era tan serio. Rajoy aprendió de eso, y sin necesidad de ser represivo, se ha limitado a dejar que el problema se desinfle solo, cosa que no ha sucedido. Hay que tener en cuenta que se han juntado muchos factores de forma simultánea: la crisis económica, el desprestigio institucional de España y cuestiones externas como el referéndum escocés, muy importante para los argumentos catalanistas. Veremos cómo acaba. Quizá al final se independice hasta Umbrete, Un abrazo.

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  3. Jaja!! Sí. Pero hay dos aspectos del nacinalismo: el de la autoadministración y el identitario (creo que leí sobre esto a Josep Fontana). Esto se interpreta muchas veces, olvidando lo segundo desde fuera de Cataluña, como el "lo que quieren es más dinero". En mi entorno el tema va más por lo identitario/folclórico; tenemos una identidad muy marcada (regionalismo) pero sin pretensiones "juanpalomeras". Para muestra lo que acaba de sugerir Susana Díaz con el impuesto de sucesiones: devolvérselo a Montoro. Me pregunto si llega a ser presidenta del gobierno haría lo mismo ante la presión social pero con el Parlamento Europeo.

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    1. Francamente, yo espero que no llegue a ser presidenta del gobierno... Creo que el tema catalán ya no se resuelve con más dinero, y además yo mismo estoy en contra de esa solución. Tanto el problema como la posible solución sólo pueden estar en cuestiones simbólicas: Cataluña necesita más reconocimiento nacional, sea en forma de más autogobierno, de referéndum o de medidas evidentes que confirmen su identidad nacional. ¿Cómo se lleva esto a cabo? Hay que ser imaginativos, pero creo que un buen punto de partida sería que el PP reconociera el enorme error que fue su recurso al estatuto de autonomía. A cambio, el gobierno catalán debería ceder en su pretensión unilateral del referéndum.

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  4. No tengo claro el asunto de Cataluña-España. Me crié en un ambiente madrileño, españolista, como bicho raro por mi falta de sensibilidad patriótica. Mi sensación, en todo caso, es que se trata en última instancia de una superstición: España o Cataluña no son patrias, son palabras. Cada quien las usa y las siente a su antojo.

    Me da tristeza, eso sí, que en mis libros escolares y en las conversaciones familiares no sintiéramos el catalán como parte de la riqueza de nuestra tierra. Puedo chapurrear el italiano pero no alcanzo a decir ni 10 frases en catalán. Eso es pobreza en un país/nacion/whatever con varias lenguas. Del otro lado también da sonrojo (y rabia) que se hable de represión y de injusticia desde una región rica. Que se lo digan a la Castilla de mi familia materna (norte de Guadalajara), la olvidada y rural Castilla, desde la Barcelona industrial aupada por aranceles y apoyos del Estado, manda güevos.

    En fin... que doy la batalla por perdida. El discurso lo dominan aquellos, de un lado y de otro, para quienes Cataluña o España son patrias rotundas, ortodoxas, donde no cabe lo otro. Aquellos que no incluirían a Ausias March en la foto de la literatura española ni reconocerían que Serrat o Estopa son tan catalanes como Lluis Llach.

    Me quedo con Machado, que nació en Sevilla, fraguó en Madrid, se retiró a Soria y estuvo a punto de morir bombardeado en Barcelona. Uno es, decía el poeta, de donde ama. Murió en Francia.

    Un abrazo, Pablo!

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    1. Estoy de acuerdo contigo: todo es bastante penoso, y empieza a dar la impresión de que los dos bandos quieren apostarlo todo para "resolver" el problema ganando como sea. No pinta bien. Un abrazo!

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