"Yo no he muerto en México" (novela)

domingo, 5 de noviembre de 2017

TREGUA IMPRECISA

El procés no ha muerto, desde luego, pero sí ha cerrado un ciclo -seguramente su primer ciclo-, en el que se han cumplido finalmente algunas de las amenazas temidas y anunciadas desde hacía tiempo pero que en realidad hasta hace solo dos o tres años parecían inconcebibles. Dentro de esas amenazas, algunas han resultado más implacables que otras: es cierto, como se ha dicho ingeniosamente en la prensa, que el Estado ha liberado finalmente al Kraken –el artículo 155-, pero sus efectos administrativos parecen tibios y pasajeros en comparación con la intervención del poder judicial, mucho más demoledora y visible, con las consecuencias que ello tiene en el ámbito de lo simbólico, que es donde el independentismo cree que tiene más fuerzas y más capacidad de persuasión, dentro y fuera de España.
En cambio, las amenazas del otro bando han resultado bastante poco consistentes; por suerte, debo decir. La declaración de la república, llena de vacilaciones y amagos, ha acabado siendo un fracaso que ni siquiera puede dejar satisfechos a los propios independentistas, que se ven obligados a conformarse con una fantasía Matrix de país virtual y efímero. El acatamiento del artículo 155 parece general y la desobediencia civil masiva ha sido afortunadamente descartada de momento, a pesar de algunas llamadas poco tenaces a la defensa de la república.
Hay que admitir, en ese sentido, que la lógica subversiva del gobierno catalán se ha encauzado finalmente bajo una mínima sensatez ante lo imposible de sus objetivos, salvo en el caso estrambótico de Puigdemont, cuyo comportamiento empieza a ser involuntariamente paródico. El precio, como sabemos, ha sido el sacrificio de un grupo de héroes nacionales con vocación martirológica. Sin embargo, visto el balance actual del pulso entre Cataluña y España, cabría preguntarse si ha valido la pena para el propio independentismo acercarse tanto al precipicio. ¿Era necesario llegar hasta el extremo de la DUI? Los consellers que no han huido han asumido con masoquismo patriótico su expiación, pero el resultado global de su estrategia no parece justificar ahora mismo ninguna euforia por el futuro. Traicionados por su ansiedad irrefrenable y la de sus masas impacientes, han apostado fuerte sin tener las mejores cartas y ahora están atascados en un bucle ante el que no es fácil la salida ideológica, aunque ya sabemos que muchas veces el independentismo se ha autocorregido ya, y que la apelación a las pasiones colectivas siempre ayuda. Pero el desgaste ha sido enorme. Para ellos y para todos.
El caso es que el independentismo prometió mucho pero está otra vez donde estaba hace dos años, con la variante de los presos, la huida de empresas y, eso es cierto, con mayor visibilidad internacional (creo que sí es importante que el New York Times publicara un artículo de Junqueras, y quizá eso podría relacionarse con lo que a mí siempre me pareció un apoyo muy débil de Trump a Rajoy en su reciente encuentro). Pero con vistas a las elecciones del 21 de diciembre, el escenario no invita al optimismo, y tampoco para el gobierno español. ¿Habrá, por fin, algo de realismo, o empezaremos otra vez el mismo camino de Día de la Marmota? ¿Otra vez plebiscito? ¿Otra vez "mandato democrático"? ¿Otra declaración de la república, o la misma, o una nueva con suplemento, o la de repuesto? ¿Y después qué, otra vez el 155? ¿Quién puede aguantar otro año así?

Hemos ganado algo de tiempo para un repliegue estratégico de todos los bandos y una posible, que no segura, racionalización de las decisiones, pero todo apunta a que el próximo Parlament sera parecido al anterior. Eso significa que el tema va para largo. El primer ciclo se ha cerrado, y las víctimas son evidentes. Algunos -los políticos encarcelados-, en alto grado; otros –los ciudadanos normales- en grado menor. No veo a los ganadores por ninguna parte. 

2 comentarios:

  1. Ganadores es claro que no hay. Y perdedores, uno claro: el sistema democrático parlamentario. En este proceso (valga la saturación del término) hemos aprendido lo siguiente:

    a) el sistema educativo, como ya denunciaba Foucault, no sirve para educar, sino para adoctrinar. Y esto vale para Cataluña y para (el resto de) España.
    b) los votos no sirven para articular las diferencias entre las españas, sino para agravarlas. Y esto sirve para el Referendum y para las elecciones anticipadas.
    c) Los políticos no sirven para gestionar con seny comunidades complejas, sino para levantar las bajas pasiones y dejar a los "equidistantes" a pelo, sin nadie que los represente.
    d) Los reyes parlamentarios no sirven para mediar entre parlamentos. ¿Para qué sirven entonces?
    e) Los medios de comunicación no sirven para informar sino para hipnotizar. No son noticieros. Son cine. Regresamos al NODO 2.0., de uno y otro lado.
    d) Los tribunales han reaccionado contra políticos subversivos, pero nada hicieron contra la usura criminal del sistema financiero. Nos defiende, pues, de nuestros representantes, pero no de quienes ni siquiera hemos elegido y habitan en edenes fiscales.
    e) Twitter y demás redes sociales (WhatsApp a la cabeza) no sirven para conectar inteligencias colectivas sino para multiplicar el virus de la propaganda bélica.
    e) No hay en el horizonte ningún otro sistema político por el que valga la pena luchar (de momento). La cultura asamblearia ha terminado inevitablemente pervirtiéndose en la confusión de Podemos y de una CUP aliada con sus enemigos naturales del 3%.

    A mí todo esto me sigue dando tristeza. Fui muy feliz en Cataluña. Tengo amigos queridos catalanes (tú entre ellos). Bastante extranjero me siento en el mundo como para serlo en una tierra en la que siento como en casa. Y, sobre todo, creo que las revoluciones que valen la pena no son las que levantan nuevos países (¿Para qué?). Son las que nos despiertan de la Matrix. No veo que el procés sea la píldora roja. Más bien es un chute en vena de heroína azul: el patriotismo.

    ¿Cuándo vienes a México, Pablo?

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    1. Totalmente de acuerdo, querido Sergio. Todo es muy triste y conozco gente que lo ha pasado mal como nunca por culpa de la política, porque jamás pensaron vivir situaciones de esta tensión en una democracia estable.

      Mi idea es ir a México a presentar la novela a finales de enero en Puebla y donde se pueda, pero todo dependerá de cuestiones presupuestarias. Ya avisaré por aquí. Un abrazo.

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