SENTIRSE COMO UN FLOPPY DISK
Según la calculadora de Windows (ya no me salen bien las operaciones
matemáticas ni con los dedos), he pasado dos tercios de mi vida en el siglo XX
y uno en el XXI. Planteado así, no debería sentirme tan obsoleto. Pero mi
creciente melancolía de MS-DOS indica lo contrario. Me veo de color sepia
cuando me miro al espejo.
Por mucho blog y mucho Facebook que quiera tener, soy un hombre del
lejano, triste y utópico siglo XX. Del boom literario latinoamericano, el rock progresivo
inglés, Colombo, el cine de
izquierdas italiano y el de Vietnam, el potaje y la conciencia de clase. Soy de
los que creían que el dinero era intrínsecamente negativo y no debía ser el eje
de la vida. Que la democracia debía parecerse más a la meritocracia que a la
demoscopia. Que el médico y el profesor eran los que sabían del tema más que yo
y por tanto había que escucharles. Soy de los que, sin saber apenas jugar, admiraban
a los ajedrecistas y encontraban legítimo e instructivo el aburrimiento.
El siglo XXI, en cambio, va demasiado rápido para mí. Mis ídolos se han
apolillado y cada día me cuesta más gritar las convicciones. Incluso estoy
empezando a perdonar a los enemigos de siempre, porque todo lo que me interesa suena
a prescrito.
Ni siquiera me da tiempo a rentabilizar mi nostalgia como buen friki que
revende los productos de su infancia en el mercadillo de la cultura: ya otros
lo están haciendo, y parece irles bien. Pero es que hay mucho más. Por ejemplo:
ahora, asombrosamente, se privatiza lo público y se publicita lo privado. No
entiendo que no haya más intranquilidad ante una realidad así. Hemos entrado en
una nueva fase de la vulgaridad: hoy, queramos o no admitirlo, todos los
vulgares nos reconocemos unos a otros y sabemos que nuestros secretos no tienen
mayor interés, aunque se haga el máximo de ruido con ellos. Pronto llegará la
pandemia de tristeza y los anacoretas se pondrán de moda.
Además, en la carrera constante del día a día, me he quedado a medias,
entre la élite de los neandertales y la nueva mesocracia chillona y logorreica;
ya no alcanzo a los escritores consagrados ni a los catedráticos, y me empiezan
a rebasar, no sé si con doping, los de Podemos, los youtubers, los de la
cultura fusión, los dialogantes y narcisistas de todo tipo y los Homo
Digitales, con su adanismo y su pulgar ultrarrápido.
Probablemente ningún tiempo pasado fue mejor y por eso quizá ahora
vivamos en el posnihilismo. Pero yo necesito algo anacrónico, estable y
reparador.
Necesito ostracismo analógico. Necesito una siesta. Voy a apagar el ordenador.
No sólo es que me sienta plenamente identificado con el contenido, es que además está estupendamente escrito. Este lirismo crepuscular, con su gota de ironía, me resulta nuevo en tu estilo, aunque nunca dudé de que existiera en algún rincón oculto.
ResponderEliminarGracias. Veremos cómo evoluciona este ciberlirismo.
ResponderEliminarMe preocupa mi total asentimiento hacia tu vena amarga. Comparto lo que decís y aplaudo como lo decís. Ni en una noche de San Fernando lo habrías expresado mejor.
ResponderEliminarTienes motivos para preocuparte, desde luego... Un abrazo
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