LOBEZNO HA VUELTO
(Pensaba leer y reseñar la novela de
Javier Cercas, pero, francamente, prefiero dedicar mi tiempo a Lobezno.)
Sí: como él mismo diría, Lobezno ha
vuelto. Su séptima película como personaje protagonista le confirma como uno de
los más destacados reclamos de la industria del ocio actual, que mueve millones
de dólares por todo el mundo y genera una producción simbólica de innegables
efectos globalizadores. Por ese motivo podríamos situarlo ya a la altura de
James Tiberius Kirk, Mr. Spock, Batman, Superman, Spiderman, James Bond,
Indiana Jones, Darth Vader y algunos más, personajes que forman un repertorio
sin el cual es difícil comprender el poder actual de un determinado tipo de
cultura, que, nacida de bases populares (a menudo juveniles y enfáticamente masculinas)
e infravalorada durante mucho tiempo desde el punto de vista estético, sostiene
ahora un enorme negocio franquiciado que aprovecha al máximo las posibilidades
de la nueva sociedad tecnológica y que ha sabido captar a base de dólares a creadores
que empezaron sus carreras con algo de riesgo (American Beauty, Memento, Usual
Suspects, Cop Land).
Quizás esté abusando de la
comparación, pero en cierto modo el negocio certifica el ciclo ascendente de la
presencia cultural de estos personajes, como el que tuvieron en su momento los
héroes griegos, los artúricos y los de la literatura anglosajona decimonónica. Sí,
ya sé que suena a blasfemia literaria y ramalazo pop, pero qué quieren que les
diga, prefiero estos productos estadounidenses antes que a Alatriste (o Falcó).
Y por mucho que los desdeñemos, su importancia socioeconómica e ideológica es
hoy por hoy más notoria, lamentablemente, que la de Stephen Dedalus o Hans
Castorp.
Pero tal vez lo más interesante desde
el punto de vista narrativo sea el lento y consciente proceso de sublimación o
como mínimo dignificación que la industria del cine ha llevado a cabo para conectar
la nostalgia de los primeros consumidores de estos productos -la mayoría en
edad madura hoy, pero dotados de suficiente poder adquisitivo- con las
generaciones herederas, que no vivieron el nacimiento de esa cultura y que
entran ya directamente en la nueva fase. No es una buena noticia para el
lenguaje del cómic, que probablemente ya ha pasado su edad de oro, como la
ópera en su momento, y que difícilmente sobrevivirá a las nuevas seducciones que
ofrece el omnipresente mundo audiovisual.
Ese fenómeno de maduración realista
es ya muy evidente en la película Logan: la presbicia de Lobezno y la senilidad
imparable de Charles Xavier son muestras de un notorio esfuerzo de
verosimilización de los héroes, y a ello se añaden algunos toques pedantones
para espectadores que exigen algo más que saltos mareantes y cuchilladas: de
ahí la referencia –demasiado subrayada, en mi opinión- a Raíces profundas e
incluso el recurso tan literario de la mise en abyme, que también podemos
encontrar en la película. Pero nada de esto hubiera funcionado igual si el
personaje no tuviera unas bases sólidas desde hace más de treinta años; desde
los tiempos en los que algunos ya nos esforzábamos por imaginar una posible
adaptación cinematográfica del cómic y pensábamos que Sonny Landham (el Billy
de Depredador) podía ser una buena opción. De hecho, ya en 1981, en el famoso "Days of The Future Past" (The Uncanny X-Men nº 141-142) se planteaba una
distopía futura en la que aparecía un Lobezno canoso y decadente como líder de
un movimiento de resistencia ante los robots exterminadores de mutantes (antes
de Terminator, por cierto).
Lo curioso es que el atractivo de
Lobezno es absolutamente imposible de encontrar en su primera aparición en
cómic, allá por 1978, si no me equivoco, de la mano del guionista Len Wein, que
lo enfrenta a Hulk como mercenario a sueldo del gobierno para atrapar al
monstruo verde. Al año siguiente el cómic se tradujo al castellano, y pudimos
conocer ya a Wolverine, primero como Lobato. Pero el personaje carecía de los rasgos
que luego le han hecho popular; aparecía siempre enmascarado y ni siquiera se
decía de él que era mutante ni canadiense ni que tenía el cuerpo velludo hasta
casi la hipertricosis.
Su inclusión en los nuevos X-Men
poco después tampoco parecía augurarle demasiado protagonismo futuro, pero, a
diferencia de otros héroes que empezaron protagonizando su propia colección,
Lobezno ha ido creciendo semánticamente y pasando de ser personaje plano a
personaje redondo, por decirlo en términos básicos. No siempre ese tipo de
experimentos salen bien, como podríamos ver hoy en la confusa y pretenciosa
serie de televisión Legión, sobre el hijo de Charles Xavier. En el caso de
Lobezno, la clave fue, como sabemos, la intervención del guionista inglés Chris
Claremont, responsable también de otro de los giros psicológicos fundamentales en
la historia del cómic de superhéroes: la conversión moral de Magneto (es
Claremont el que convierte al personaje en víctima del nazismo para justificar
su agresividad ideológica y su resentimiento).
Pero para conseguir que Lobezno
empezara a brillar hubo que tomar algunas decisiones creativas. Por ejemplo, uno
de los compañeros de esos nuevos hombres X era Ave de Trueno, un personaje tan
telúrico y hosco como Lobezno. Consciente de que los dos personajes no cabían
en el grupo, Claremont, antes de que los lectores se encariñen con él, mata a
Ave de Trueno en el número 95, apenas iniciada la historia del nuevo grupo. No
hace falta recordar lo difícil que es matar en un cómic de este género a un
personaje y evitar la tentación comercial de resucitarlo más adelante. En este
caso, esa muerte dejó el camino libre para que Lobezno pudiera exhibir
progresivamente sus contradicciones entre agresividad exterior y riqueza
interior, y a revelar misterios y puntos íntimos de vulnerabilidad por debajo
de su esqueleto indestructible y su exceso de testosterona. En ese sentido, es
decisivo el número 114, en el que un globo del personaje nos revela su amor absolutamente
secreto por Jean Grey, a la que en ese momento cree muerta. Mucho más adelante,
cuando Jean Grey enloquezca poseída por su demonio interior, Lobezno intentará
matarla para salvar al mundo, pero vacilará fatalmente, por amor, a la hora de
clavarle las garras. El final de esa saga ya lo conocemos: el hermoso e
inolvidable suicidio de Jean Grey, pésimamente reconstruido en la versión
cinematográfica.
La biografía de Lobezno se va
enriqueciendo también con otros datos imprevistos: en el 118 tenemos el primer
toque orientalista y conocemos ya algo de su pasado en Japón, y en los 120-121,
vemos sus problemas con el gobierno canadiense, que le exige volver a trabajar
para el Estado como arma militar. Por supuesto, Lobezno saca su vena libertaria
y escapa del acoso del gobierno. Ese temperamento suyo anarcoide tiene otros
momentos memorables, como en el número 129, en el que está a punto de pelearse
con un quiosquero que le abronca por leer un ejemplar de Penthouse sin pagarlo.
La agresividad del
personaje también tuvo que pasar un proceso de suavización para adaptarse a
cierta corrección política: por eso, los mercenarios a los que destripa de
forma implacable en el número 133 y que parecen haber muerto, reaparecen vivos (aunque
mutilados y reconstruidos como ciborgs) tiempo después, evitando que la pulsión
homicida de Lobezno sobrepase los límites morales y legales y deteriore su
creciente ejemplaridad para los lectores. Es esa una función modelizadora que se
fortalece a medida que Lobezno acapara liderazgo dentro del grupo de héroes y socializa
mejor sin perder su identidad carismática. Adquiere tanto protagonismo que en
el X-Men Annual nº 11, de 1987, llega a convertirse en Dios gracias a un objeto
mágico, aunque, fiel a su individualismo, renuncia ni más ni menos que a la
omnipotencia para seguir con su temporalidad humana de ser sufriente pero
libre.
Visto así, no debe sorprender que
tanto lector de cómics se haya encariñado desde entonces con un personaje solitario,
atormentado y a la vez noble como es Lobezno. Su conflicto entre razón e
instinto tiene más relieves y matices, es decir, es menos binario, que en Hulk; carece
de ínfulas patrióticas como el Capitán América porque su clase son los
oprimidos mutantes y en todo caso es más espartano que de otro lugar, y por
suerte no es un asqueroso ricachón con mala conciencia como Bruce Wayne o Tony
Stark, ni un bobalicón cutre como Peter Parker o un vulgar hombre de familia
como Reed Richards. Ojalá no languidezca en refritos, reboots, secuelas y
precuelas; sería duro tener que acabar detestando a un gruñón tan entrañable. Aunque difícilmente dejaremos de envidiarle las garras y algunos de sus usos.
Echo de menos tus entradas. Abracillo desde Cuernavaca! ;-)
ResponderEliminarTe voy a nombrar lector predilecto. Un abrazo desde lo que queda de España.
EliminarPor si te pico con la entrada. Algo choteado el tema, pero siempre da juego: http://verne.elpais.com/verne/2017/04/06/mexico/1491435975_945457.html
ResponderEliminarUn abrazo desde lo que queda de México
Lo he visto. Los españoles haciendo el ridículo cuando hablamos de América. No es novedad, aunque hay que recordarlo cada cierto tiempo.
Eliminarlo admiro mucho, pero es usted muy 2011
ResponderEliminarGracias, pero, francamente, no entiendo lo de ser "muy 2011".
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