"Yo no he muerto en México" (novela)

domingo, 15 de abril de 2018



NOSTALGIA DE BUÑUEL

Sota, caballo y rey. Tenemos PokerStars y blackjack de sobras, pero estamos perdiendo el guiñote y el tute. Los chavales de hoy se jubilarán cobrando una miseria y no jugarán a las cartas, sino a la PlayStation. Los frikis, tan anglófilos ellos, no usan baraja española. Las cartas se mueren y la sota está triste. Ya nadie canta las cuarenta. Eso, en un país como España, es una pérdida real y metafórica. 
Sota, caballo y rey. No sé por qué, pero cuando imagino una partida de cartas españolas veo, alrededor de la mesa con el tapete verde, los rostros de mis abuelos, y en la pareja rival siempre uno tiene la cara de Buñuel. Poca gente ve sus películas; como si esa España cejijunta hubiera desaparecido con tanta cosmética. Cincuenta canales de televisión repiten a todas horas las películas de Marvel, o peor aún, las del detestable Steven Seagal, seguramente el peor actor del mundo. Pero nunca emiten El ángel exterminador, o Viridiana, o esa con título de tema eterno: Los olvidados. Los jóvenes de hoy se asustan con las películas en blanco y negro, que deben parecerles algo tan depresivo como el sexo de los padres, y Movistar gana dinero con eso. Buñuel les suena a medieval, como Chaplin, como Bergman, como Welles. Estamos perdiendo también esa batalla. 
Cómo cantabas las cuarenta, amigo Buñuel. A españoles, a mexicanos, a franceses, a quien fuera. ¿Quién hace algo así hoy? ¿García Ferreras? Esa capacidad de arriesgar, de molestar -con pocos recursos y sin la industria de Hollywood detrás-, eso sí es testosterona castiza, eso sí es españolidad de la que me gusta, de la que aún se podría salvar. Nunca envidiaré la condición de exiliado, pero sí la permanente lucha, la radicalidad depurada de toxinas dogmáticas, el compromiso vital con una idea agresiva del arte heredada de las vanguardias pero después madurada por sinsabores políticos y nutrientes ateos. Sí, Ford; sí, Kubrick, también; pero no hay por qué sentirse inferiores con Buñuel. No todas las verdades están en inglés.
Es cierto que Buñuel, como todo gran artista tenaz y explorador, fue desigual. Hoy quizá Christian Grey bostezaría ante Belle de jour, pero es que, visto con distancia, la sensual Catherine Denueve, en el fondo, no es tan importante como Lola Gaos. Entender eso es lo difícil: la polivalencia de un autor y la coherencia global de un proyecto, de una suma de hachazos a la conciencia. Una voluntad, en definitiva.
Sota, caballo y rey: al final hay una lógica y se llega a una conclusión inapelable. La España del garrotazo y la picaresca vuelve una y otra vez, por mucho que se intente blanquear. Hoy la encarnan los corruptos, los ignorantes y plagiarios, los franquistas que pugnan por salir del armario, los neocaciques de corbata y guante blanco, los inquisidores encubiertos. España no es una metafísica, es un error perpetuo, un cuerpo descoyuntado por la cojera permanente. Durante más de veinte años se nos vendió el cuento de hadas de la España posmoderna y europea, y se recurrió para ello al exorcismo neoliberal de demonios como Buñuel. Pero por debajo todo seguía podrido.
 Volvamos a la mala leche, a la mala uva. Oros, copas, espadas y bastos.

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