"Yo no he muerto en México" (novela)

domingo, 1 de abril de 2018


NOVELAR CATALUÑA

En los últimos tiempos, a raíz de la publicación de La vida póstuma, varios amigos (incluidos algún crítico y algún colega profesor) me han preguntado si pienso escribir una novela sobre el procés independentista catalán. Es posible que tengan demasiada fe en mis posibilidades y sobre todo en mi capacidad de trabajo, pero de cualquier modo su curiosidad está justificada, dado mi interés político y personal sobre el tema, interés que se ha visto más de una vez en estas páginas. Pensando en la cuestión, me he dado cuenta de que ese podría ser además un excelente motivo para reflexionar públicamente sobre el repertorio de posibilidades del novelista, uno de los temas decisivos y sin embargo más opacos del quehacer novelístico, porque suele estar enturbiado por motivos diversos, que van desde el pudor hasta la superstición, pasando por la burda estrategia comercial y todo tipo de esoterismos románticos, metafísicos o visionarios.
Intentaré, por lo menos, que mis palabras parezcan sinceras y que no caigan en las típicas fenomenologías del proceso creativo. Vayamos por partes: ante todo, dejando de lado un posible psicoanálisis de la vocación literaria (que no me parece decisivo cuando se llega a una cierta madurez mental y profesional), hay siempre una prioridad digamos intencional, que, por lo que a mí respecta, tiene un cierto sentido ideológico, lo cual no significa panfletario (o eso intento). Por eso, los que creemos que la novela debe aspirar a una cierta solidaridad histórica y que, por tanto, por encima del placer hedonista del consumo hay una moral de la creación basada en el espíritu crítico, no podemos menos que sentirnos tentados por aportar una interpretación en clave de ficción a un proceso que, se mire como se mire, es excepcional, tanto en sus aspectos más grotescos (las desbandadas de algunos supuestos héroes, la toxicidad folclorista e irracionalista) como en sus aspectos más profundos (por ejemplo, la aporía a la que ha llegado el concepto de democracia liberal entre dos interpretaciones incompatibles, o la reflexión sobre las bases y límites de posibles transformaciones sociopolíticos de calado en el marco europeo, aparentemente estable e inmutable)
Es probable que el proceso independentista sea la convulsión de mayor magnitud política que me ha tocado vivir e interpretar. Desde luego, la más tediosa es, sin duda. El terrorismo vasco me ha resultado felizmente ajeno, y el 23-F yo era un niño que aún rezaba (muy poco después llegó mi apostasía oficiosa, que dura hasta hoy y seguramente durará hasta mi próxima visita al quirófano). El 15-M, por otra parte, es un fenómeno mucho menor como subversión o impugnación, a pesar del surgimiento posterior de Podemos. Hay, por supuesto, otras maneras más oblicuas o subterráneas de interpretar la realidad política de nuestro tiempo, y no cabe duda de hay fuerzas y conflictos hoy mucho más importantes en la geopolítica española, europea y mundial, pero no me veo con capacidad para recrearlas a través de la ficción y tampoco presumiré de poder conocerlas bien.
Todas mis novelas publicadas hasta la fecha han transcurrido parcial o totalmente en Barcelona, y de hecho mi actual work in progress -provisionalmente titulada El toque de queda- se sitúa asimismo en la Barcelona de hoy, por lo que un mínimo protocolo realista me llevaría a incluir algún tipo de alusión a una cuestión central del presente (¿puedo describir un barrio sin mencionar las esteladas?), aunque el diseño de la trama no se centre en esa polémica y en sus antagonismos. Tampoco se me escapa que el procés es, desde hace años, un gran negocio para bastantes, incluidos independentistas, unionistas y equidistantes (entre los que tal vez estuve yo y seguro que ya no estoy desde el 7-9-2017). Sant Jordi es el centro de todo un calendario de novedades en las que se incluyen los textos propagandistas de los clercs del procés y todo tipo de ensayos y análisis a menudo descaradamente oportunistas. El procés, como sabemos, ha supuesto una mina para algunos paniaguados en forma de intervenciones televisivas y libros, y de hecho no me sorprendería si Gabriel Rufián ganara el Planeta en un futuro no muy lejano; la vida da muchas vueltas, pero los que saben hacer negocio encuentran siempre su hueco. Sin duda, una novela sobre el procés, buena o mala, en catalán o en castellano, vendería en un próximo Sant Jordi, o en su defecto fuera de Cataluña. No me cabe duda de que ahora mismo más de un editor está examinando manuscritos y negociando posibilidades.  
Reconstruir el proceso a través de unos personajes representativos es, por tanto, una tentación legítima para un escritor que no ha accedido a un nivel alto de difusión como yo y busca estratégicamente llamar la atención de lectores y editores para garantizarse la viabilidad de proyectos posteriores creando ya una marca artística. Las preguntas que surgen son tres. ¿Puedo? ¿Quiero? ¿Debo?
La preceptiva implícita del arte de novelar, basada en el canon, desaconseja acercarse tanto a la actualidad como lo hace el periodismo. Una prudente distancia aumenta la perspectiva y permite en el escritor evitar el riesgo del partidismo o la militancia. Por eso Aramburu pudo triunfar con Patria y sin embargo a Julio Medem lo masacraron con La pelota vasca. Además, en el caso catalán parece difícil vislumbrar un final inmediato, por lo que cualquier balance actual corre el riesgo de quedar obsoleto en apenas un mes. La tenacidad fanática del sector independentista acumula agravios y resentimientos manteniendo un nivel de ansiedad alto que impida el desánimo de sus bases, lo que garantiza la continuidad del conflicto. Es cierto que como conflicto, le falta sentido trágico –por suerte, quiero aclarar-, pero el futuro apunta a una posible ulsterización de la sociedad catalana. En ese sentido, es posible que lo peor esté por llegar. Imaginarlo a través de una ficción profética podría ser una opción, pero dudo mucho que alguien se atreva. Ni siquiera los escritores castellanohablantes de Cataluña (Pérez Andújar, por ejemplo; y esto me lleva a otra pregunta que dejo aquí: ¿hablarán algún día los historiadores de la literatura de una “generación 155”?).
Otra posibilidad sería escoger con astucia un día central del proceso que condense el conflicto, y, al menos hasta hoy, ese día seguramente sería el 1 de octubre. Pero ya el independentismo se está encargando de semantizar ese día para convertirlo en epopeya, sin entender que el éxito (gracias a la torpeza del inefable Zoido) provocó el impulso insensato que finalmente llevó al vértigo suicida de los días posteriores por parte de unos dirigentes desbordados por un proyecto inviable pero temerosos de decepcionar a sus masas. Es decir, que ese éxito ha acabado conduciendo a los héroes a la desobediencia y finalmente a la cárcel. Por eso mismo, parece difícil, aun utilizando una perspectiva más amplia y menos épica y tratando de explicar la embriaguez política del patriotismo, evitar que un replanteamiento novelesco del fenómeno refuerce el mito fundacional que va a ser utilizado cansinamente a efectos propagandísticos.
Otra opción diferente sería rebuscar en las raíces del conflicto y tratar de entenderlo a través de la ficción. Por supuesto, aquí también los riesgos ideológicos son muy altos, sobre todo si la polifonía del texto queda dañada por la previsibilidad de las voces y de las funciones actanciales de los personajes (buenos y malos, víctimas y verdugos, para ser más claros). Imaginemos, a modo de juego, un posible esquema de dramatis personae: el charnego de izquierdas que ha acabado votando a Ciudadanos porque siente que él había cumplido con el pacto social del respeto mutuo y la coexistencia y que ahora los independentistas están rompiendo ese pacto; el inmigrante codicioso, que funciona mentalmente como muchos chicanos que votaron a Trump, y que, resentido por la crisis, ha sido abducido por los cuentos chinos de los agravios económicos y el sueño delirante de una Cataluña con el nivel de vida de Dinamarca; la cateta de la Cataluña rural que ni ha pisado Madrid y que vive un ensueño de pacifismo y veganismo naïf al tiempo que se extasía besando la Moreneta; el exconvergente que está harto de Madrit y que entiende todo el problema a base de símiles futbolísticos: diStéfano, Guruceta, Cruyff, Figo y finalmente Guardiola, el Mesías; el antiguo comunista o anarquista que, desorientado, encuentra ahora una utopía que cree a su alcance antes de aburguesarse como en el fondo desea; el escritorcillo o la escritorcilla que sueña con un campo literario autónomo y monolingüe en el que poder destacar y ser profesional sin perder energías en autotraducirse; el españolista de clase alta al que le gusta la Cataluña liberal y emprendedora, pero que se llena de orgullo por ser español porque todavía se cree que España es un gran país y que el 12-1 a Malta reveló algo metafísico; el chino del bazar que no se entera de nada pero que vende a todos; el niñato que se ha educado con el Club Super3 como otros lo hicimos con Mazinger Z y no quiere escuchar el cuento de la Transición porque para él lo español es sustancialmente ajeno en lo vital y en los pocos libros que lee (solo trolea, lee tuits y whatsapps)…. Los metemos a todos en un barco como en Los premios de Cortázar y que fluya la novela, a ver cómo acaban.
Ahora admito que estoy haciendo trampas y que oculto mis verdaderas intenciones. Lo que acabo de plantear huele a sátira, y esa es la opción que ahora mismo menos me interesa. Yo quisiera plantear en la novela una hipótesis sobre las contradicciones hoy desatadas en Cataluña, que revelan elementos más sutiles y por supuesto menos verificables: la heterogeneidad irresoluble de una España cada vez más descompuesta, esa especie de ingenuidad o sociomasoquismo que explica la obstinación independentista y su actual fracaso, y sobre todo el complejo marco mental de la desconexión, por el que se ha abierto una enorme brecha hispanófoba en casi la mitad de la sociedad. Es posible que la lengua sea la clave tanto de la hispanofobia como de la catalanofobia, lo cual complicaría aún más la posible novela (¿habría que hacer una novela bilingüe?). Pero es que quizá encontremos más si dilatamos el significado del conflicto. Me refiero a aspectos relativos a los riesgos actuales de la democracia en toda Europa: la inconsistencia de los sueños igualitarios entre territorios y el subsiguiente aumento del egoísmo, la apelación tenaz y casi mágica a la identidad en un mundo caótico y abrumador que exige un dinamismo constante, la proliferación de discursos simplificadores en una sociedad hipercomunicada y que por eso mismo acaba hiperventilando, y la supervivencia de problemas del pasado que demuestran los pies de barro de la democracia.
Revelar esas contradicciones de forma estéticamente eficaz se basaría, ante todo, en la elección del punto de vista del autor (entendido a la manera de Lotman o Uspenski, más que a la de Genette), que es el que articula la relación entre voces de personajes y narrador o narradores. A partir de ahí, cabría la posibilidad de plantear, creo yo, una visión compleja que sea fiel a la complejidad del problema. ¿Me atreveré a intentarlo? Perdón, pero no voy a decir nada más. Eso ya forma parte del secreto profesional.

2 comentarios:

  1. Estimado Pablo:
    si hay alguien que creo que pueda escribir una (buena) novela sobre el "procés", eres tú.
    No te lo tomes a peloteo (aunque quizás tenga que examinarme contigo algún día), he tenido la oportunidad de hablar contigo muchas veces y tu pensamiento crítico y capacidad de desmitificación, aunque enmarcado en el género de ficción, podrían ser reveladoras. En cualquier caso será difícil caer más bajo que E. Mendoza con su mediocre aportación al tema (me da incluso vergúenza ponerlo en Wallapop para deshacerme del "librito").
    Sería difícil evitar que el lector, suspicazmente, establezca paralelismos entre los personajes de la novela y los protagonistas del asunto-conflicto-problema real. Pero también podría ofrecer futuribles con los que reflexionar más sosegadamente y no tanto con las tripas como ahora creo que se está haciendo.
    Espero debatir estos temas delante de una cerveza más bien pronto que tarde.
    Un saludo.

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    1. Muchas gracias, querido amigo. Es un reto muy tentador, pero habrá que pensarlo bien. A veces ponerle muchas ganas de no garantiza los mejores resultados, o eso me demuestra la experiencia. A ver cuándo tomamos esa cerveza.

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