domingo, 23 de junio de 2024

         NOTAS DEL DESPRENDIMIENTO (II)

 

Dietario: acabo de participar en un congreso sobre Carlos Barral y Julio Cortázar. Todo previsible: como tantas otras veces, un desnivel enorme entre doctorandos y expertos. Nada nuevo bajo el sol académico. Luego están los esperpentos, que también son ya predecibles: impresentables que no se preparan su texto y divagan como si se creyeran genios frente al pobre público cautivo, narcisistas que hablan más de sí mismos que del objeto de estudio, petulantes empachados de filosofía francesa (y formados -es un decir- en mi alma mater) que ignoran deliberadamente toda la tradición crítica y que terminan repitiendo topicazos. Podría ser peor, ciertamente. Al menos el coloquio tenía un regusto canónico que es de agradecer en estos tiempos. Podríamos haber asistido a un congreso de naderías interdisciplinares y líquidas en las que los novatos del gremio hablan de cine, temas queer o política a partir de novelas de moda, sin aplicar el más mínimo sentido crítico y claudicando ante las corrientes dominantes. En fin. Si yo fuera joven ahora, ¿caería en esa inercia? Quiero pensar que no, pero tal vez me guía esa forma nostálgica de la vanidad que implica creer que fuiste inmune a las fuerzas dominantes del pasado.           

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            Visita a la casa de Carlos Barral en Calafell. No soy un fetichista literario, pero admito que, de un tiempo a esta parte, siento más curiosidad todavía por Barral, al que ya le dediqué algunas investigaciones. Barral, como signo, es ante todo una barba. Lo demás (la gorra de marinero, el ego, la poesía hermética) me parece menor. La barba es el significante; el significado es el perdedor. Su declive, físico, social y económico, contrasta con el auge de Herralde, en cierto modo su sucesor. Catálogos impresionantes, los de ambos. Pero la vida de Barral contiene una novela trágica, y no es la que él mismo escribió (la floja y lenta Penúltimos castigos).

            Lo peor de la visita: que la decoración incluya, junto a fotos de aquellos años mitológicos del boom, el listado de los premios Biblioteca Breve y Formentor. Con todos los premios, no solo los otorgados por Barral, sino también los espurios creados en el nuevo siglo, que son un remake afrentoso. Como el remake de El planeta de los simios, más o menos. Y es que los premios Biblioteca Breve y Formentor tuvieron, gracias sobre todo a Barral, un aliento audaz y una fuerza crítica que nadie encontrará en los sucedáneos actuales, tan gratamente incorporados al mercadeo literario más hipócrita y neoliberal.

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Y en el coloquio, como tantas otras veces en los últimos tiempos, la misma pregunta: ¿qué opinas de Mariana Enriquez (sin tilde)? Y yo repito lo mismo, que no entiendo cómo pueden impresionar sus cuentos a alguien que conozca la rica tradición del cuento latinoamericano del siglo XX. No niego el interés de algunas formas de lo que podríamos llamar “terror social”, pero el éxito, como el de Schweblin, revela el reseteo del horizonte de expectativas propio de nuestro tiempo, en el que el lector medio se deja impresionar con mucha facilidad. Es otro riesgo, diría yo, de la “mesetización” de la cultura actual, por la que el nivel medio ha subido pero nadie, ni como lector ni como autor, busca las alturas.

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Microrreseña de Metempsicosis, de Rodrigo Rey Rosa (Alfaguara, 2024): francamente, no la he entendido. Como si fuera un ensamblaje forzado de dos novelas. Otra vez lo de siempre: se publica muy rápido. Modelo Aira frente a modelo Rulfo. Así nos va.

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Lecturas en marcha: ha crecido en los últimos tiempos el interés por la figura de Guillermo de Torre. El vacío de estudios sobre su vida y su trayectoria era evidente y yo mismo acumulé durante años datos sobre las polémicas en las que se vio inmerso. No he tenido la paciencia suficiente para ampliar ese material y redactar algo sistemático, pero siempre me quedó la curiosidad por un tipo que ocupó una posición transatlántica única, a lo que se añade el hecho, tan propicio para la especulación y el juego de contrastes, de ser el cuñado de Borges.

Dos libros recientes tratan de ofrecer una imagen del personaje, con sus luces y sombras. Y, aunque no los he terminado, es obvio que los dos libros incurren en errores académicos graves. No por la falta de referencias, sino por la metodología y, en general, la toma de posición crítica. Domingo Ródenas de Moya, en El orden del azar, comete un error científico que solo se puede explicar por el embrujo que provoca una editorial como Anagrama en cierta intelectualidad, y que la editorial está captando bien para legitimarse y fomentar la medianía consumidora. Ródenas, sin duda un brillante historiador de la literatura española del siglo XX, parece que quiere liberar su yo creativo y prescinde abiertamente del aparato crítico para acercar su texto al modelo del ensayo o la biografía “literaria”. La estrategia, en realidad, es burdamente comercial y sin duda fue un requisito de la editorial, pero sobre todo es una estrategia inútil: los especialistas se quedan decepcionados porque echan de menos las pruebas y las referencias, y el lector no especializado se aburre ante un libro que es excesivo para sus necesidades.

El otro libro, El falso cosmopolitismo, de Antoni Martí Monterde, comete un error similar, aunque con otras intenciones. La erudición también aquí está desenfocada y se elige aviesamente el rumbo equivocado. El rigor teórico escasea (el autor no ha entendido a Pascale Casanova; no debe extrañarnos sabiendo el nivel teórico de la facultad en la que trabaja), pero más grave es la raíz de su planteamiento abiertamente agresivo contra Guillermo de Torre. Por supuesto, Martí tiene parte de razón cuando asume que el cosmopolitismo de de Torre es engañoso y esconde una taimada defensa de la metrópoli frente a los países periféricos. El principal problema es que Martí ignora los otros nacionalismos y sus efectos, incluso en el mismo Borges: a ver cuándo empezamos a admitir, por ejemplo, el desprecio del autor de El Aleph al resto de América Latina (exceptuando su amigo Reyes y tres o cuatro más). En la lógica de Martí, el nacionalismo españolista es, por supuesto, neocolonial y siempre violento; el nacionalismo argentino (como el catalán), en cambio, está exento de toda crítica.

Veremos cómo termina el libro, pero hay que recordar que el chovinismo no se combate con más chovinismo. Eso sí, imagino algunos posibles lectores: Puigdemont, sor Lucía Caram y Dante Albano Fachín. 

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LECCIONES BÁSICAS DE ESTÉTICA PARA FRIKIS

Los frikis (los geeks) están muy chulitos últimamente, convencidos de que el relativismo antiintelectual de hoy juega a su favor y pueden ir con la cabeza bien alta defendiendo que no hay alta ni baja cultura. Siguen empeñados en defender su adanismo infantiloide, por el cual la Historia empezó con Google y los nuevos clásicos son Indiana Jones, Batman, Spock y Iron Man. Pero deberían aprender a tener recursos críticos como los que modestamente algunos tratamos de enseñar y poner en práctica en esa institución fosilizada que llamamos universidad.

El mito George Lucas es, en ese sentido, uno de los más irritantes. La biografía de Brian Jay Jones George Lucas: una vida (Reservoir Books) contiene algunos datos de interés desmitificador que sobre todo ayudan a entender el sentido y valor de determinados productos creativos. El biógrafo explica la improvisación, tan lejana a cualquier genialidad, previa a El retorno del Jedi (que, por cierto, se iba a llamar La venganza del Jedi). No estaba claro el guion, y tampoco era segura la continuidad de Harrison Ford. Y es ahí donde se produce la discusión esencial entre Lucas y el otro productor de las dos primeras películas, Gary Kurtz, discusión en la que se concentra la verdadera lección estética. Kurtz quería seguir en El retorno del Jedi la línea de la segunda película, con su toque de amargura: no quería que reapareciera la Estrella de la Muerte, proponía que Han Solo muriera a la mitad y que el final fuera agridulce, con Leia triunfando pero con Luke Skywalker eligiendo un camino solitario. Todos sabemos qué sucedió: todo lo bueno que proponía Kurtz fue borrado, destruyendo cualquier muestra de fuerza dramática, y el resultado fue una bazofia para niños apenas salvada por el icono erótico de Carrie Fisher. ¿Por qué razón una película que podía ser interesante, dentro de su género, fue abortada así? Por dinero, obviamente; o más exactamente, por merchandising. El propio Harrison Ford reconoció el motivo por el que su personaje no muere finalmente: nadie compraría el muñeco de un héroe muerto.

Los frikis no sacarán conclusiones de algo así, y seguirán con su ceguera autocomplaciente. Sólo espero que algún día se cansen del juguete. O que el juguete se les rompa definitivamente. Y llorarán, desde luego que llorarán.

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