BORGES Y YO
Mi reticencia hacia lo que algunos llaman
los “géneros de realidad” (epistolarios, diarios, crónicas, novelas de no
ficción, autobiografías y trampantojos diversos) viene de hace mucho, y
probablemente buena parte de la culpa la tienen los supuestos especialistas en
el tema que conocí en la Universitat de Barcelona, que idolatraban esos géneros
como si fueran una especie de terapia nacional después de siglos de una
represión específicamente española. Pero es que todo ha empeorado en estos
tiempos líquidos en los que hay que conseguir solidez a base de documentos y verdades, del
tipo que sean, y en los que el biopic parece la nueva medida de todos los
relatos. No niego el interés exhumatorio de algunos textos que revelan aquello
que, por la razón que sea, está oculto, pero me incomoda el cada vez más
extendido intrusismo, sea historicista o periodístico, en la literatura, y
sobre todo me preocupa que esa obsesión casi positivista por la Verdad acabe
aplastando la libertad específicamente literaria, esa libertad que se basa en
las ventajas de la imaginación y la ambigüedad.
No sé, en ese sentido, si enfrentarme a los diarios de Rafael Chirbes, por ejemplo. Se habla con tanto entusiasmo de ellos que se ha activado mi alerta, mi sexto sentido de la manipulación literaria, sobre todo después de comprobar, por ejemplo, la pobreza de las Notas póstumas de Juan Marsé, que tienen poco interés (salvo cuando se ríe de Anna Caballé). Intuyo que la consagración post mortem de Chirbes tiene trampa, como si algunos poderes de la literatura española quisieran utilizar al escritor valenciano para ganar altura moral, creando, por ejemplo, una alternativa diarística a Trapiello, y romper así con el perfil bajo de esa literatura, la española, tan pagada de sí misma y tan carente de combatividad.
Sin embargo, otras veces no puedo evitar el deleite de jugar a que ese tipo de textos sean una especie de máquina del tiempo que permita viajes a momentos especiales del pasado literario. Me sucedió con la correspondencia de Vargas Llosa, Cortázar, García Márquez y Fuentes publicada con el título de Las cartas del boom; leer las cartas, incluso con sus tediosos formalismos y sus cortesías de rigor, es una forma estupenda de acercarse a lo que fue una amistad llena a la vez de azar y magnetismo, y que, en cierto modo, es la sinécdoque de toda una utopía, con su ciclo ascendente y su caída, con su inicial electricidad de ideas y su posterior frialdad brutal. El libro se disfruta leído de manera novelesca y dudo mucho que una novela como la de Jaime Bayly (Los genios) pueda provocar la misma sensación de belleza arqueológico-cultural. O de retransmisión en diferido de un fenómeno irrepetible.
Pero más interesante aún es Borges, la monumental recopilación de notas que a lo largo de cuarenta años llevó a cabo tierna y tenazmente Adolfo Bioy Casares sobre sus conversaciones sobre el autor de El Aleph. No estoy en condiciones de compararla con su modelo más claro, Vida de Samuel Johnson, de James Boswell, pero en cualquier caso pocas veces he disfrutado más con una lectura que con estas mil seiscientas páginas (me ha aliviado de tanto "libro del año" de narrativa española actual, para qué nos vamos a engañar).
Otra de mis prioridades era conocer más
pormenores de su relación con mi compañero virtual de tantos años, el quejoso y
gruñón Ernesto Sabato. Durante muchos años pensé que Borges siempre lo
menospreció abiertamente, mientras Sabato le envidiaba y necesitaba de manera
constante afirmarse literariamente ante él; hoy, después de leer este libro, en
tiempos en los que Sabato está bastante devaluado en Argentina, lo veo menos
claro y pienso que quizás Borges, aunque le dedica muchos insultos, en cierto modo lo respetaba más de lo que parece (más que a
Mallea o a Mujica Laínez, quiero decir), quizás por un detalle que distinguía a
Sabato del resto del entorno literario en el que se movía Borges: su estatus
científico, que fue su credencial de entrada en Sur junto al aval de su maestro
Pedro Henríquez Ureña. Hay que recordar que a partir de 1955, después de la
Revolución Libertadora, la actitud ante el peronismo separó a Borges y a Sabato
de forma bastante agria, como demuestra la polémica en la revista Ficción, y
que tardaron unos veinte años en reconciliarse (reconciliarse aparentemente, al menos). Pero,
aunque la irritación de Borges por las "idioteces" de Sabato tenga
razones políticas, asimismo revela, para mí, más rivalidad de la que se suele
aceptar: recuérdese que la traducción de El túnel al francés había aparecido en
Gallimard (por recomendación de Camus) en 1956. Siempre he creído que las
especulaciones psicologistas en el análisis literario, por muy jugosas que
sean, son peligrosamente fantasiosas, pero me parece obvio que la antipatía
hacia Sabato tiene motivaciones muy diferentes a otros casos, como el también
conocido de Neruda, al que Borges desprecia con un asco muy particular y
exclusivo ("es un bruto").
El caso es que no he obtenido respuestas
concluyentes a ninguna de mis curiosidades, ni a tantos otros misterios sobre
Borges (como la extraña historia de su falsa traducción de La metamorfosis)
precisamente porque, al final, no he leído el volumen con afán académico,
esperando el Eureka de la revelación científica, sino que lo he leído con la
felicidad de bañarme en el oasis de una frescura literaria inconcebible hoy.
Sí, se trata de dos escritores pedantes y criticones, llenos de mala baba y
ganas de practicar privadamente el arte de la injuria; dos haters avant la
lettre, que parecen tuitear con sarcasmo y malicia como si buscaran
ansiosamente seguidores para satisfacer su ego público. Pero no es así: por
encima de los ataques ad hominem y las miserias personales, es un diálogo
largo, lleno de mutua generosidad, perfectamente equidistante tanto de la
lección magistral como de la tertulia de barra de bar. Más cercana a una
sobremesa ideal, hogareña, quizá demasiado sobria para mi gusto, pero humilde y
respetuosa con dos valores: la amistad y el amor por la literatura (por el
canon, todo sea dicho). Literatura del yo que es la vez literatura del otro, en
cierto modo; nada que ver, de hecho, con la megalomanía a menudo también regada
de chismes del mismo Trapiello. No, es algo así como un curso de literatura
universal lleno de amenidad y ajeno a la rigidez académica, y que persuade con
su creativa naturalidad.
Hoy las redes sociales nos machacan a
todas horas con píldoras de supuesto ingenio y mucha opinión autoritaria e
inflexible, e incluso hay profesionales de la provocación en pequeñas dosis:
piénsese en el tándem Juan Soto Yvars-Alberto Olmos, por ejemplo. Es verdad que
Borges y Bioy también opinan y juzgan con maximalismo y no poca crueldad. ¿Cuál
es la diferencia con respecto a la inmensa mayoría de los petimetres de las
redes sociales que hablan de literatura, o de cine, buscando el tuit más
efectivo y prepotente? Por supuesto, la índole privada de las conversaciones,
pero también otro factor: el conocimiento sólido, es decir, la base de lecturas
realizadas con paciencia y sensibilidad estética. La convicción, en definitiva,
de que la crítica puede ser toda una aventura sedentaria, inmóvil.
Así, cuando Borges critica ferozmente a
Horacio Quiroga (una de sus dianas preferidas), no es del todo injusto, porque
se toma la molestia de analizar la técnica de sus cuentos (como "El
almohadón de pluma") en lo que es en sí mismo un minitaller literario. Y
cuando los dos amigos discuten en detalle sobre un verso de Mallarmé, de Eliot, de Rubén, o de tantísimos otros, ponen en
marcha una máquina lectora que es sin duda impresionista, pero que también es
una apoteosis del placer de interpretar los textos y nadar gozosamente en el
océano de su potencial. Nadie se libra de tanta voracidad: ni Homero, ni Dante,
ni Kafka, ni Joyce. Shakespeare "hubiera sido peronista", pero es que
además también comete errores: "está mal que Hamlet sea tan reflexivo y
crea en fantasmas". El desdén hacia Roberto Arlt es esperable, pero quizá
no tanto la crítica hacia Florencio Sánchez, teniendo en cuenta su rango en la
historia del teatro argentino: "M'hijo el dotor, Barranca abajo... una
ventaja de estos títulos es que no hace falta leer las obras. En el título todo
está dicho ad nauseam". Tal vez sea un problema especial con los
uruguayos, porque a un poema de Herrera y Reissig le dedica Borges un
diagnóstico que seguramente podrían merecer poetas de hoy como Elvira Sastre o
Marwan: "todas las palabras parecen erratas". A los mexicanos tampoco
les va muy bien: a propósito de Diego Rivera, Borges afirma que México es uno
de esos países, como la India, "con vocación para la fealdad". La
literatura española está más presente de lo que quizá podría esperarse, y a
veces es bien recibida (hay comentarios elogiosos sobre Ramón, Azorín o Baroja,
por ejemplo), pero algunos reciben su tunda, como Juan Ramón con motivo de su
Nobel: los suecos "son mejores para inventar la dinamita, que para dar premios".
No mucho mejor, por cierto, le va a otros nombres célebres de la cultura
hispánica, como el mismo Pedro Henríquez Ureña, cuyo americanismo naïf es ridiculizado
más de una vez.
Los amigos, sí, también dudan, cambian de
opinión, rectifican, mientras juegan a las etimologías, improvisan listas
curiosas (escritores "queribles", por ejemplo) o se asombran con
causalidades luminosas y conexiones imprevistas entre textos o simplemente
palabras (o entre costumbres regionales o internacionales). Incluso hay
reflexiones que seguramente Borges vetaría en sus obras completas: "Dios,
al crear los animales, cuando llegó al sexo debió de estar cansado: servía
también para orinar y estaba al lado del culo". Pero la minuciosidad con
la que los dos amigos describen aciertos o errores técnicos, en prosa o en
verso, supera en mucho a todos los manuales de escritura creativa con los que
se venden recetas literarias hoy.
Eso no significa que no haya aspectos poco
gratos en esas páginas. El libro contiene mucha información que permite
reconstruir la deriva reaccionaria de Borges, una deriva que usualmente se
simplifica, olvidando los argumentos de su anticomunismo, pero también y sobre
todo, los de su antiperonismo, que se volvió fanático con el tiempo pero que no
era inicialmente tan insensato (¿qué hubiera sido yo en esa época? ¿Peronista o
antiperonista? Me lo sigo preguntando). Mucho más decepcionantes son otros
juicios de Borges: hay algunos apuntes ciertamente misóginos que tampoco
sorprenderán, pero sí me ha llamado la atención, por ejemplo, el repulsivo
racismo del autor de Emma Zunz, francamente difícil de perdonar. Frente a eso,
las burlas sobre la "maricona" Virgilio Piñera son poca cosa. Igual
que la saña con la que Borges se burla de su cuñado, Guillermo de Torre, que quizá
tiene el honor de ser el más vilipendiado en el libro. Espigando entre los
muchísimos pitorreos que le dedican, he encontrado uno que me parece
especialmente hiriente. Dice Borges de su cuñado: "pobre, nació tonto y
tuvo la mala suerte de descubrir muy pronto el dadaísmo. Te imaginás, un desvío
errado, que lo llevó en mala dirección, que lo alejó de toda posibilidad de
educarse" (p. 1187). A Oliverio Girondo también le dedica algunas mofas,
como a otro "bruto", David Viñas, aunque el rencor no llega a los
niveles de Sabato y de otros autores menores, como Ricardo Molinari, al que
desprecian con una energía especial.
En realidad, quizá no haya que tomarse tan
en serio el bestiario de la obra. Al fin y al cabo, yo mismo me he pasado años
despotricando contra autores vivos y muertos y, salvo en algunos casos muy
concretos que mis amigos conocen, mis invectivas son habitualmente tan
caprichosas como reversibles, dependiendo de mi interlocutor, del contexto y
también de otros parámetros, como la acidez estomacal o la resaca. Por eso tal
vez nadie entenderá hasta qué punto me he sentido reconfortado con esta lectura
de Borges y Bioy cuando pienso en mis muchísimas horas de tertulias alcohólicas
llenas de resentimiento y veneno literario, con tantos amigos y algún examigo,
con momentos que no dudo en calificar como entrañables, como la vez que nos
expulsaron de un bar sevillano a mí y al añorado Noel Rivas Bravo (el gran
especialista dariano), por discutir a gritos sobre la calidad de Vila-Matas.
Hoy no recuerdo quién le defendía y quién le atacaba; poco importan los
argumentos. Importa, en todo caso, el amigo ausente hoy. Y la pasión por la
obra literaria.
Se trata, por tanto, esencialmente de
actitudes, de formas de comportarse con la literatura. Y, en ese sentido, no
hace falta mucha imaginación para comparar el diálogo de Borges y Bioy Casares
con los diálogos actuales entre escritores: los medios y las redes sociales nos
informan de ello hasta el asco, y en algunos casos tengo mis propias fuentes.
Podemos imaginar dos modelos básicos: uno sería el de los escritores españoles
rancios, del Gran Madrid, o Madrid DF, que hablarían en un buen restaurante de
lo que para ellos son los temas de la cultura de hoy: el palco del Real Madrid
o de Las Ventas, la invitación a las tertulias radiofónicas en las que se
despotrica contra el sanchismo y sobre todo contra el feminismo, la literatura
catalana reducida a Josep Pla, la necesidad de que, a pesar de todo, haya que
mantener la monarquía, la pérdida de buenos lectores por culpa del progresismo,
la reivindicación de Sánchez Mazas o Foxá (y, a este paso, Gironella), la invasión de extranjeros
también en las librerías; en definitiva, la urgencia de poner orden viril
frente al caos feminizador. Pero habría otro modelo, falsamente simétrico, el
de los nuevos rastacueros literarios, los escritores "de izquierdas"
seducidos por las plusvalías y el confort capitalista: estoy escribiendo una
novela-que no será una novela-pero sí lo será-pero no-porque estará basada en una historia real del
franquismo que me impresionó mucho-pero la voy a cambiar un poco-vamos lo que
me dé la gana-añadiendo unos cuantos muertos-, oh, qué buena idea, pero no te
pases de comunista, que eso no vende, que salga mucho la palabra república y nada la de comunismo, claro, ya lo sé, me lo dijo mi editora,
oye, hablando de ella, qué bien me lo pasé en la FIL de Guadalajara (¿no te
invitaron? Eso lo arreglaremos para el año que viene), no importa, yo estaba
invitado en el Cervantes, ¿en cuál? ¿Nueva York?, a ver si coincidimos alguna
vez, qué ganas de volver allí, claro, ya nos invitarán, por cierto: qué buena es
mi editora, me ha quitado treinta páginas pero creo que el texto ha ganado y
dice que se va a vender bien, qué buena cubierta, de verdad, oye, sí, tengo gira
promocional, tres meses dando vueltas por España, qué cansancio, no me apetece
nada, pero así es el trabajo, ah, pues mira, yo tengo entrevista la semana que
viene con la Barceló, que dice que le ha gustado mucho mi novela, estoy
emocionadísimo/a, qué bien, enhorabuena, vamos a brindar por ello.
Y aún habría otros modelos: el del
escritor catalán puigdemontiano y ultra sería uno, pero no lo voy a dignificar ni siquiera con una
parodia. Además, conozco mejor el del escritor latinoamericano
"comprometido": el que quiere que no le llamen exiliado pero sí que
lo traten como tal, que se ha instalado en Barcelona o Madrid, que se pasea por
la calle con su camiseta de River y su mate, o que se queja de que no tiene
dónde comprar buenas tortillas de maíz, y que mientras llora por su patria
poniendo cara de estreñido/a le hace la pelota a su editor colonialista y se
traga todas sus correcciones de estilo. Y ahí los diálogos entre amigos
tendrían también sus tópicos: vente/venite para la Madre Patria que ahora mismo
es mejor que los USA para hacerte escritor, te quedas en mi casa unos meses, la
novela es buena, tiene mucho de Bolaño pero en plan gótico, ay, gracias, qué
amable, voy a un congreso para hablar de la violencia, me lo pagan todo y ya
aprovecho para firmar el contrato, qué ilusión, por fin podré conseguir mi
sueño de ser escritor, claro, es lo mejor que hay, y además ganando en euros.
Sí, qué duda cabe de que Borges y Bioy
Casares tenían muchos, muchos defectos. Pero, en cuestiones literarias, siempre preferiré sus diálogos a
esos otros, tan llenos de venalidad y banalidad, tan sintomáticos de las
capillitas literarias actuales y sus hipócritas fantasías de dolor y gloria.
Prefiero, incluso, la soledad del monólogo. De monólogos como este, aunque el amable lector,
con buen criterio, pueda no estar seguro de mi sinceridad. Y es que no seré tan
presuntuoso ahora como para defender que lo que digo aquí es "real" y
"verdadero".
NOTA FINAL: este libro ha tenido una
curiosa vida editorial y ahora se ha convertido en una obra cotizadísima: se
vende, de segunda mano, a más de 500 euros, según he podido descubrir con
frustración. Yo he podido leerlo en papel gracias a la biblioteca universitaria,
pero al ejemplar le faltaban 70 páginas. Naturalmente, circulan por la red
versiones pirateadas (aunque quizá falten las mismas páginas). Más curiosa y
útil es la página web https://comeencasaborges.org/, en la que no está el texto
completo pero se pueden buscar las citas a partir de cada nombre que nos
interese.
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