lunes, 15 de diciembre de 2025

 

MÁS EFECTOS DE LA INFLACIÓN NOVELÍSTICA

Intrigado por el éxito (un tanto sorprendente, para mí) de su anterior novela, La uruguaya, me he adentrado en la última obra del argentino Pedro Mairal: Los nuevos. Con esta novela, Mairal ha rejuvenecido su mundo literario, abandonando al cuarentón en crisis de La uruguaya para centrarse en la historia de tres jóvenes de diecinueve años. Pero el juvenilismo enfático puede ser tan fugaz como cualquier moda superficial y tengo la intuición de que el cambio a una editorial de gran consumo (grupo Planeta) ha tenido que ver en esta elección literaria. El juvenilismo, de hecho, parece llegar a la propia edición del texto, en la que, no entiendo por qué, los títulos de canciones o películas no están entre comillas o en cursivas; como si el corrector hubiera sido también un aprendiz.



La novela pretende ser el relato de iniciación en la vida adulta de tres amigos argentinos y está dividida en cuatro secciones. En la primera, Thiago, un joven de sexualidad confusa traumatizado por la muerte de su madre, narra desde un psiquiátrico los acontecimientos que le han llevado ahí. La novela parece seguir el camino psicopatológico de una sensibilidad atormentada y caótica, pero, en cambio, en la segunda parte, mucho más convencional y hasta cierto punto prescindible, un narrador en tercera persona explica las andanzas simultáneas de su amigo Bruno en Estados Unidos, a donde se ha trasladado para estudiar en una universidad. Anécdotas de campus y típico multiculturalismo cubren la mayor parte de la sección, con unas expectativas tibias para el lector que tampoco se cumplen finalmente. Bruno simplemente fracasa, sin demasiado drama, en su aventura norteña y tiene que regresar a Argentina. En la tercera el protagonismo es femenino, a través de Pili, la amiga de los dos y ocasional amante, que vive los típicos trapicheos con drogas y los combina con embrionarias inquietudes artísticas como cineasta antes de trasladarse a España. La cuarta, la más breve, cierra, sin excesiva fatalidad, la peripecia de los tres personajes. No hay mucho más en la historia narrada; si añadiéramos patinetes eléctricos y algunos diálogos sobre tattoos tendríamos un estándar de cierta juventud actual. Música, drogas, vaivenes sexoafectivos, conflictos típicos con los padres... incluso Rosalía y Tangana aparecen por ahí. Sé que ya no se trata de esperar jóvenes como los de las novelas de Hermann Hesse, pero el conjunto no llega ni a salingeriano. Falta la frescura que a veces logra Mónica Ojeda (de la que hablé aquí) y, sobre todo, falta el desgarro que impregna tanto el fondo como la forma en Fernanda Melchor, por ejemplo. Nos movemos, en todo caso, en eso tan abundante hoy que podríamos llamar novela "peritrágica", en la que parece inminente la tragedia pero esta nunca acaba de llegar, lo que facilita tanto la lectura como el regusto final del lector.

Es cierto que la novela mejora a partir en las dos últimas secciones, en la que Mairal experimenta con lo que el propio personaje de Thiago bautiza como una especie de "telepatía imaginaria", gracias a la cual se narran los hechos mezclando las voces narrativas de los jóvenes en diálogos con un punto esquizofrénico. Pero para ese momento de audacia narrativa sin duda interesante, ya han pasado más de 250 páginas (eso sí, de letra enorme, como marca el negocio) de redundante inmadurez. Parece evidente que Mairal no ha calculado con la misma precisión el material novelesco, que en La uruguaya se manejaba en las dimensiones adecuadas para no saturar al lector con el ego del narrador (un escritor llamado Lucas Pereyra). 

Es obvio —tal vez demasiado— que los jóvenes son el futuro y que, por tanto, los novelistas hacen bien en explorar las fuerzas que los mueven hoy en día y en describir cómo funcionan sus aprendizajes. Pero quizá habría que recordar igualmente que ese edadismo literario olvida lo larga y compleja que puede ser la vida. Y que lo importante de la iniciación, en un mundo tan cambiante y acelerado como el nuestro, no es sólo el inicio mismo, que parece ser el único foco de esta novela. 

Admito que a lo mejor mi perspectiva está mediatizada por los años que me pesan. Pero me parece que hoy la ancianidad es tan o más interesante literariamente que la juventud. No olvidemos, por ejemplo, que ahora mismo tres ancianos manejan el mundo: Putin, Xi Jingpin y el que está más cerca de la senilidad, un tal Trump. Tengámoslo en cuenta.

                                     

 

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