"Yo no he muerto en México" (novela)

domingo, 18 de junio de 2017

UN ESCRITOR OPORTUNO

En 1969, en su famoso ensayo La nueva novela hispanoamericana, Carlos Fuentes le dedicaba un capítulo a Juan Goytisolo junto a los dedicados a Vargas Llosa, Cortázar y García Márquez. La decisión era muy significativa: Fuentes convertía a Goytisolo ni más ni menos que en un homólogo de los grandes del boom. Los maliciosos, de hecho, interpretaron que Fuentes le estaba regalando un simbólico quinto sillón de lo que consideraban un club exclusivo, junto a los cuatro latinoamericanos de moda (la mafia). Pero lo cierto es que no son muchos los novelistas españoles que han tenido ese tipo de generosos reconocimientos al otro lado del océano (quizá un caso comparable sería ahora el de Vila-Matas). Ni Cela ni Delibes lo tuvieron, por ejemplo.
Sin duda, Señas de identidad no puede estar a la altura de Rayuela o Cien años de soledad, pero ese es en realidad un asunto menor, porque la importancia de Goytisolo en esos intensos años es incuestionable. Su desarraigo, su impugnación radical de la España franquista, su inquietud por encontrar la solución formal adecuada para la novela como género, le situaron durante mucho tiempo en posición permanente de vanguardia literaria (más que sus hermanos). Primero, practicando y a la vez problematizando el realismo social español. Después, descubriendo como tantos otros la Revolución Cubana y la pujanza cultural de América Latina, e incorporándose a la utopía transformadora. Su dinamismo muchas veces pareció inagotable, de Formentor a París, pasando por La Habana. Pero pronto llegaron los costes, empezando por la dura polémica a propósito de Cuba. Y, sobre todo, llegó a España la democracia.
En los ochenta, el Goytisolo inquieto y lleno de energía literaria aún mantuvo la iniciativa con sus memorias de Coto vedado, tan superiores a las de sus compañeros de generación, como Barral o Caballero Bonald. Y no sólo por el tema homosexual, sino por otros aspectos, como la inclusión de las sobrecogedoras cartas de los esclavos de la familia Goytisolo en la Cuba colonial. Esas son memorias de verdad interesantes, con imaginación creativa, no las bobadas de tanto ego inflado que han inundado desde entonces las librerías.
Sin embargo, sabemos que no es fácil resistir en la vanguardia. Algunos artistas que fueron muy audaces en su tiempo hoy bordean el ridículo en televisión (como Jodorowski). En el caso de Goytisolo, la democracia diluyó progresivamente su prestigio por culpa del lavado de cara de la España modernizada. La automarginación marroquí sin duda contribuyó a esa postergación, pero también hay razones externas fáciles de comprobar. En la era socialista, en una España cada vez más europeizada, el destierro perdió valor como gesto, como actitud contestataria; quién va a ponerse a reivindicar al conde don Julián en tiempos de crecimiento económico y libertad gozosa. La España sagrada que Goytisolo quiso destruir con sus novelas pareció desvanecerse rápidamente, gracias a gansadas como la "movida" y a nuevos escritores convencidos de que el Estado ya no era el enemigo y que se podía pactar sin problemas con el poder.
Así, a pesar de algunos momentos de Ferlosio y luego de Chirbes, nos fuimos quedando sin escritores agresivos y problemáticos y fuimos condenando a la obsolescencia una determinada forma de ejercer la crítica hacia la realidad. Y todo para quedarnos con modelos como Pérez-Reverte, tan agresivo a su manera. Pero la España sagrada, corrupta y mezquina no se había ido del todo, y ahora lo sabemos. La democracia ya no puede ocultar la inmoralidad y la podredumbre acumulada en décadas de olímpico autobombo, codicia insaciable y mediocridad contrarreformista. España, con sus condecoraciones a las vírgenes, sus rectores que plagian y sus patriotas con ahorros en Suiza y Andorra, sigue siendo un fracaso como proyecto, y ya se nos han acabado los motivos para la euforia. Por eso nos hubieran venido bien unos Goytisolos que cuestionaran los mitos de progreso que hoy se desmoronan. Pero no los tuvimos.

No se trata de volver a consagrar a escritores malditos. Bastaría con encontrar algunos que conozcan y propaguen las ventajas morales del desarraigo. Porque las tiene. Aunque el final del escritor desarraigado, como en este caso, pueda ser muy triste.

domingo, 4 de junio de 2017



ERROR MÁS ERROR

La desorientación política de estos tiempos posutópicos empieza a crear, sobre todo en países como España, escenarios sorprendentes, resultado de la mezcla de las nuevas formas tecnológicas de simpleza y la extendida ansiedad por encontrar soluciones inmediatas y superficiales. En el caso del PSOE, el partido sigue sumando errores a la interminable decadencia. Es verdad que la decadencia se explica en cierto modo por el declive de la socialdemocracia europea, que ya ha llegado al límite de sus promesas, pero también se explica por razones endógenas: el bajo nivel retórico y argumentativo de muchos de sus dirigentes, el pésimo ejemplo que dan los vínculos de algunos nombres ilustres con la oligarquía, y en general la petrificación organizativa del partido, cómodamente aburguesado desde hace décadas e incapaz de problematizarse a sí mismo y por tanto de comprender las nuevas necesidades sociales.
En ese sentido, lo sucedido en los últimos meses revela una descomposición muy profunda, aunque, eso sí, con cierto interés narrativo. Hay que reconocerle a Sánchez –o, más probablemente, a sus asesores- el modo en que ha sabido culminar su resurrección y tener por fin un mínimo de carisma en forma de pseudorrebeldía, después de tantas ideas peregrinas y recursos de persona ruiz. Personalmente, me alegra que alguien con un nombre tan parecido al mío suene todos los días en los medios e incluso parezca triunfar, ya que eso tal vez me quite la idea de cambiar mi firma y publicar como Pablo Umbral o algo parecido (no es fácil ser Sánchez, admitámoslo). Pero todos sabemos que la aparente tenacidad del nuevo secretario general no es más que una fórmula mercadotécnica, la única que le ha funcionado después de los fracasos sucesivos de su discurso acartonado y hueco. Lo interesante, de todos modos, será comprobar si su imagen de indómito le dará gasolina hasta las próximas elecciones. Teniendo en cuenta el infantilismo y la desmemoria crecientes de la sociedad española, cabe la posibilidad incluso de que remonte a base de gestualidad izquierdista y falso aplomo reivindicativo.
La democracia liberal es a menudo impredecible, y se supone que esa es una de sus virtudes, aunque muy a menudo lo imprevisto es sólo la variante menos mala de las posibles. Algo así sucede con los experimentos socialistas. Asombra, sin embargo, la obstinación de muchos socialistas de peso en defender la idoneidad de alguien como Susana Díaz, tan marcada por la ambición, los sonsonetes y una fibra tradicionalista que mal se puede esconder detrás de lo que llamaríamos eufemísticamente su “perfil regional”. Ya se vio su oportunismo cuando rompió el pacto con Izquierda Unida para acabar pactando de nuevo pero con Ciudadanos, y poco más se puede decir de una candidata a la que la propia derecha y sus voceros respetaban de forma muy evidente. En cualquier caso, sorprende la incapacidad de los cerebros del partido para no percibir que su estilo acomodaticio difícilmente podría devolver la ilusión a unos simpatizantes necesitados de más agresividad, aunque sea puramente verbal, en tiempos de irritación crónica.
Naturalmente, esa es sólo la última secuencia de la cadena de errores de un partido anquilosado por la nefasta y perpetua sombra del felipismo y del cebrianismo, y que Rodríguez Zapatero terminó de hundir. Sin duda, también se puede argumentar que parte del declive del zapaterismo tiene que ver con factores externos, como la crisis del euro y las restricciones de la política europea. Pero hay aquí un margen de responsabilidad individual ineludible que dañó de manera enorme la confianza de los ciudadanos españoles en sus dirigentes. Zapatero creyó –y no le niego la honestidad- que la reforma exprés de la Constitución en agosto de 2011 era una medida necesaria y urgente, y actuó seguramente motivado por un cierto sentido patriótico. Pero aquel día hundió su partido, les dio argumentos a los independentistas catalanes (que no los tenían), llevó la democracia parlamentaria a las tinieblas por no decir a las cloacas, rindió la soberanía nacional a monstruos tecnocráticos y confirmó la vileza internacional del capitalismo financiero. No es poco para un día, y para una decisión. Y encima ganó dinero con ello vendiendo el relato de su cobarde gestión.
Hay errores graves y errores fatales, y luego están los errores sin autocrítica, que tienen otro efecto añadido: tienden más a reproducirse. Esa es la situación del socialismo. Veremos cuál es su próximo error. Viendo a Sánchez cantar la Internacional, no cabe duda de que queda poco para saberlo.