PROFESORES
Se trata de tres relatos (la “media distancia” entre cuento y novela) minuciosamente
poco espectaculares, morosos, reunidos bajo un título más inquietante de lo que
parece y que es ajeno a la moda de los títulos-reclamo de abuelos que saltan
por la ventana y otros excesos sintácticos. Los personajes, esos profesores, no
son seres épicos, sino que se mueven en la medianía (que tan bien conocemos él
y yo) de la vida docente, aunque no por eso están exentos de sufrir extrañezas cotidianas. Por si fuera poco, las historias son narradas con una
permanente autoacusación narrativa, como si cada frase contuviera una trampa,
un retroceso de arma de fuego, una detonación silenciosa que obliga a pensar lo
difícil que es contar algo, ahora y siempre.
Gabriel Wolfson es, efectivamente, mi amigo, y uno de los críticos
valiosos fuera del poder central de la Ciudad de México. Lo más interesante,
sin embargo, es que, siempre que puedo, discuto con él de criterios literarios
y me molesta que a menudo tenga razón. Su literatura tiene, también, una
poderosa razón de ser, aunque sea muy lejana a lo que yo practico y defiendo.
Ha elegido un camino más arriesgado que el mío, desde luego: una vía poshumanista -quiero decir, ajena a las más usuales recetas del humanismo confortable que muchos lectores esperan-,
antisolemne, desdeñosa con los placeres más primarios (y, por tanto,
comerciales) de la narratividad, así como con cualquier grandilocuencia. Sucede poco en
sus relatos, y ni siquiera está del todo claro lo que sucede, pero eso sólo es
un defecto para quien esté pensando en la adaptación audiovisual o en el eslogan
publicitario. Y Wolfson sabe el valor de la imagen y el valor de las mil
palabras. Para mi comodidad de lector, se me ocurre asociarlo con el Piglia de Respiración artificial, sólo que sustrayéndole
la urgencia política y dejando la disyuntiva esencial entre el silencio y la
palabra. Intuyo también cierta veneración subterránea hacia autores difíciles
como García Ponce, aunque quizá me equivoque.
Pero hay también una insólita pureza en esos textos, y hasta diría que
hay algo de resistencia, o de repliegue estratégico. Wolfson tematiza la propia forma de contar, y la
narratividad llama constantemente la atención del lector.
Y creo que ahí hay mucha más resistencia que experimento anacrónico, porque el
autor sabe lo que está en juego hoy, más allá de los adocenamientos literarios
y los fastos de la literatura del hedonismo. Hoy, el acoso y la presión que la
narrativa sufre en la sociedad digital y su mercado están dejando pocas salidas, y
una de ellas quizá sea la de Profesores:
una narrativa irreductible, genuinamente literaria; traducible, sí, pero inadaptable
o intransitiva, reacia a la visualización, a la tecnificación del presente.
Donde la palabra impresa recupere su status de centro y el relato, todo su espesor
magnífico.
Sospecho que para Wolfson la búsqueda es ya el logro; y sospecho que
puede tener razón en su apuesta. Por todo eso, temo mi derrota en el futuro.