PATRIA
¿La tenemos, por fin? ¿Tenemos la
Gran Novela sobre el terrorismo vasco, sobre la cuestión política más grave y
trágica de la España democrática? ¿Será que por fin la narrativa española
empieza a encarar los problemas decisivos y a abandonar el perfil bajo con el que
funcionó plácidamente en los tiempos felices del crecimiento económico y la
alienación colectiva?
Como mínimo, habría que decir que más
de un escritor español (sea del tipo cipotudo, del anglófilo o del intelectualoide)
debería tomar nota de algo que Patria revela y a la vez perpetúa: el vigente poder
de la novela para explorar la auténtica jerarquía de los problemas sociales. Por
eso no creo que sea muy arriesgado afirmar que esta novela de Fernando Aramburu
va a convertirse en un jalón de la novelística española de la democracia.
Aunque también es cierto que jalones ha habido muchos desde La verdad sobre el
caso Savolta, e incluso Historias del Kronen y Nocilla Dream lo fueron, en
cierto modo; y también es posible, en ese sentido, que el éxito de Patria sea
un impacto comparable al que en su momento fue otra "novela del año", Soldados de Salamina, ante todo
como problematización que busca un amplio rango lector, y que por tanto busca
un nicho de mercado, especialmente ahora que la batalla vasca ya no es tan violenta
ni en el terreno policial ni en el simbólico. Sin duda, Aramburu ha gozado por
eso de una ventaja evidente y el tiempo le ha permitido evitar el linchamiento
brutal que, por ejemplo, recibió el intento de ecuanimidad de Julio Medem con
La pelota vasca. Por otro lado, el hecho de que incluso la siempre detestable Telecinco
cree ya miniseries de tema vasco (inspiradas en una novela, digamos, de Rafael
Vera, que seguramente escribirá mejor que Corcuera), aumenta la inquietud ante
el posible advenimiento de múltiples productos artísticos oportunistas centrados
en el terrorismo vasco.
En realidad, las condiciones de
adaptabilidad de la novela de Aramburu –vivaz, dinámica, poco lírica y a veces muy
transparente- permiten pensar que pronto la veremos traducida a imágenes. Pero
no se puede objetar mucho más a la solución formal adoptada por el novelista:
su realismo, apoyado en la versatilidad de la representación de los discursos
mentales y orales de los personajes, es penetrante y luminoso, está lleno de
delicias narrativas en forma de perfiles íntimos sufrientes y complejos y tiene
un completo despliegue de relaciones de causa y efecto que explican el denso movimiento
social de un espacio concreto y limitado sin necesidad de incurrir en los
tópicos de la querella permanente sobre la cuestión vasca. Y no le falta
imaginación estructural: convertir en núcleo de la novela no tanto el enigma de
un crimen como la petición de perdón sobre un crimen es una audacia neopoliciaca
arriesgada pero que funciona felizmente, en el límite justo, creo, de la
contención sentimental y el mensaje redentorista.
Hay terrorismo y hay terror en esta
novela, que expone sin concesiones la intensidad asfixiante y totalizadora de
la violencia, e incluso describe la enorme fuerza social y también militar que
ETA llegó a tener –no nos engañemos- en determinados momentos. Sin duda, el
tribalismo feroz del mundo rural (con personajes viles como ese cura casi
decimonónico) es registrado con minuciosidad, aunque esa concentración
sociológica es al mismo tiempo fortaleza y debilidad del texto. Al haberse
centrado en dos núcleos familiares rurales, la novela gana en emotividad (y en
sentimentalismo, dirán algunos) pero carece de esa verticalidad necesaria para
entender determinados mecanismos de poder (de un bando y del otro) que han sido
fundamentales en la gestación, la intensificación y ahora la solución de la
violencia. Esa verticalidad es la que, por ejemplo, tan bien supo rentabilizar
literariamente Vargas Llosa en Conversación en La Catedral, paradigma de novela
sobre la corrupción moral de un periodo histórico ominoso (con personajes como
el inolvidable Cayo Bermúdez). O la que más recientemente plantea otro peruano,
Alonso Cueto, en la extraordinaria Grandes
miradas, que afronta la terrible violencia de Estado en los tiempos de
Fujimori atreviéndose a explorar en la ficción la interioridad despótica y
miserable del mismísimo Vladimiro Montesinos. Desde esa perspectiva, como
novela sobre el trauma histórico de la violencia, Patria funciona perfectamente
dentro de la reflexión que permite su acotamiento sociológico. Habrá que ver qué
novelista se decide a partir de ahora a completar la necesaria exploración
elevando y diversificando el alcance crítico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario