SITUACIÓN ACTUAL DE UN FANTASMA
El año que acaba de terminar ha sido bastante intenso en necrológicas de personajes célebres, lo que, en una
sociedad tan ruidosa y fetichista como la de nuestro tiempo, ha provocado una
epidemia de plañiderismo que amenaza con sustituir definitivamente la vela y la
corona de flores por el lloriqueo virtual y exhibicionista en 140 caracteres. Pero
junto a esta hipertrofia del duelo, hay otro problema creciente: la sociedad de la información –de la
logorrea, más exactamente- tiende a atormentarnos cada día más convirtiendo el
calendario en una tortura de sucesivas efemérides ideales para el bucle de la
nadería disfrazada de análisis concienzudo y original. Me permito adelantarme a
los hechos para advertir de algunas cosas que nos esperan este año y así poder callarme
tranquilamente cuando llegue el momento: este otoño tenemos, por ejemplo, el centenario
del triunfo de la Revolución Rusa y el cincuentenario de la muerte del Che
Guevara.
Si finalmente se casa, este será así
un año redondo para Vargas Llosa, y por supuesto para los predicadores del
cebrianismo, porque no faltarán las miradas condescendientes de Cercas, Cruz,
Savater y tantos otros (Torreblanca es el júnior subido a titular, ansioso por
ganarse el puesto). Temo que el revisionismo anticomunista se vaya a desatar en
sus diferentes variantes: desde la paternalista y pragmática hasta el
ensañamiento estadístico con momentos gore sacados de Koba, el Temible o de El
libro negro del comunismo. Simétricamente, no faltarán los nostálgicos desorientados
que inundarán las redes sociales con la famosa fotografía de Alberto Korda al
Che sin darse cuenta, por ejemplo, de que esa imagen icónica anticipó la triste
conversión de Pessoa o Kafka en merchandising turístico de Lisboa o Praga.
Mientras, en España, Podemos, con su asepsia característica y su adanismo
resultón y fotogénico, pasará de puntillas sobre el tema, tratando de no
enlodarse en el siempre incómodo anticapitalismo, con el cual, como bien saben,
difícilmente se va a llegar al poder en una sociedad capitalista. Por eso, Pablo
Iglesias parece saber de Gramsci, pero cuando quiere decir cosas claras e
importantes para la transformación social recurre a Twin Peaks, como en un
ridículo vídeo que intenta hacer pasar por iconoclasta y que confirma los malos
augurios para la lluvia de ideas en Vistalegre 2. Porque una cosa es evitar el
paleocomunismo y renovar el discurso crítico, y otra cosa muy distinta es
dulcificar el mensaje eludiendo el debate central sobre el verdadero margen de
acción política en la era del capitalismo global: en pocas palabras, evitando decir si Podemos
cree en la generación de la riqueza o en la redistribución de la misma. Eso sí,
peor lo tiene, por supuesto, el Partido Comunista de España, disuelto ya, quizá
de manera irremediable, en la nueva gaseosa izquierdista. No se sabe qué es
peor: que lance ahora gritos cavernarios al estilo Francisco Frutos o que
permanezca en silencio dejando que el lenguaje marxista siga su deriva
arcaizante, idónea para las nuevas generaciones que creen que el muro de Berlín
estaba en América.
Seamos claros: el socialismo real
fracasó. Pero eso no significa, pongamos, que ahora sean buenas las películas de Rambo. Y sobre todo, no invalida la necesidad de
mantener una crítica implacable al capitalismo, crítica que es imposible si se prescinde
del utillaje de herencia marxista. La reducción cuantitativa de la lucha armada
a nivel mundial es sin duda una buena noticia, pero el ajuste de cuentas con la
violencia revolucionaria y el mesianismo o la concepción foquista de la
Revolución corre hoy el riesgo de convertirse en una apología permanente de la
Arcadia neoliberal y de las bondades de la plusvalía. Además, la mitificación
del Che Guevara puede resultarnos hoy cándida o pavorosa, según se mire, pero
el proceso simbólico es más complejo de lo que parece ahora y no se puede
resumir, desde luego, en una camiseta. Bastaría recordar que la figura de
Guevara en su momento generó homenajes literarios de autores tan diversos como
Julio Cortázar, Ernesto Sabato o Max Aub. Pero no es eso lo más importante, en
realidad, porque incluso Neruda dijo vergonzosas palabras sobre Stalin. La
valoración histórica de Guevara (o de Lenin) debe ser ponderada, sin omitir,
por supuesto, la dimensión trágica y violenta del personaje, pero también sin
incurrir en ese tipo de autopsia maniquea que olvida interesadamente otras
genealogías de la violencia y de la opresión. Es un buen ejercicio de historia
contar cuántos países en el mundo podían presumir de democracia en los años sesenta del
siglo XX; incluso en las propias democracias liberales más estables fueron
necesarias figuras como la de Luther King. Por cierto, por ahí se acerca otra efeméride: su asesinato, sobre el que hablaremos, pero ya el año que viene.
In Marx we trust
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