LOS LIBROS Y EL ORIGEN
¿Hasta
qué punto la biblioteca personal explica la evolución de cualquier lector y
sobre todo de cualquier escritor? Eso nos puede llevar a una segunda pregunta más
sofisticada y quizá malpensada: ¿hasta qué punto la biblioteca, sobre todo la
familiar, es un capital que ayuda a la trayectoria del escritor y le sirve para
gozar de alguna determinada ventaja competitiva? El caso de Borges es,
seguramente, el ejemplo paradigmático: casi podría decirse que somatizó la
biblioteca de sus padres, y, como sabemos, rentabilizó literariamente esa
faceta de una forma inigualable. Por supuesto, el capital familiar, en sus
diversas formas, incluida la biblioteca, ayuda todavía en nuestros tiempos a la
formación de un escritor (no hay que pensar solamente en Javier Marías, sino en
casos como el de Milena Busquets), aunque, por suerte, la democratización
cultural ha permitido un acceso bastante amplio que dificulta determinadas
formas de elitismo, aunque genere otras hipertrofias por culpa de internet. Pero
creo que podría ser interesante pensar por un momento en el caso inverso a la
biblioteca imponente: hablo de la biblioteca vacía, inexistente o como mínimo
precaria que misteriosamente también puede estar en el origen de una vocación
literaria. La nada que puede ser el principio previo. La ausencia de la letra.
Se me ocurre que algo puedo contar al respecto.
Nunca
he soñado con tener las tres bibliotecas particulares y los treinta mil
volúmenes que al parecer tiene Mario Vargas Llosa, pero lo cierto es que
tampoco he tenido ninguna posibilidad ni de acercarme a una décima parte de esa
cifra. Mi vida itinerante y mi inclinación –a veces forzada y a veces
voluntaria- a los hogares pequeños me ha impedido componer una de esas
bibliotecas impactantes y casi museísticas. Sin embargo, puedo darme por
satisfecho si pienso en la biblioteca de mi casa cuando nací. Porque no era mucho más que una biblioteca fantasma.
En
esos años de tardofranquismo, el crecimiento de la clase media española se manifestó
inesperadamente en diversas formas de boom editorial, entre las cuales no fue
la menor la de los narradores latinoamericanos, que empezaron a llenar
librerías y bibliotecas. Pero hubo también otro gran impacto editorial
fundamental en la sociología lectora española, que recordarán los lectores de
una determinada edad: la Biblioteca RTV de Salvat, iniciada en 1969. Se trató
de un éxito mercadotécnico sin precedentes, debido probablemente al nuevo poder
de la televisión, porque Televisión Española avalaba y publicitaba (hablamos
del único canal de televisión que se veía regularmente, lectores jóvenes…) la
colección. Para entender lo que supuso ese fenómeno hay que recordar que el
primer número vendió un millón de ejemplares, según me contó mi amigo Joaquín
Marco, entonces director de la colección. Pero lo
asombroso no es la cantidad, sino el título de esa primera obra publicada, que
podríamos considerar el best-seller más imprevisto de la historia. Hablamos de La tía Tula, de Miguel de Unamuno. Ni
siquiera Gironella o Forsyth, ni por supuesto García Márquez o Cela. No,
Unamuno, elegido para no levantar sospechas en la censura y propiciar que la
colección después pudiera continuar con autores políticamente más delicados.
![La tía Tula [Cómo se hace una novela]: Unamuno, Miguel de](https://pictures.abebooks.com/LALCANA/md/md22736835149.jpg)
Bien,
el caso es que ni siquiera esa biblioteca de consumo masivo que buena parte de España adquirió
llegó nunca a mi casa. No éramos clase media, lamentablemente. Fue mi hermano
el que poco a poco fue creando una biblioteca respetable, en la que siguen
siendo inolvidables los libros de Alianza Editorial con las cubiertas a veces
herméticas pero siempre atractivas de Daniel Gil. Ahí encontró él a tantos
autores europeos (desde el inevitable Hesse hasta Kafka o Nietzsche), y así me
llegaron a mí. Aunque quizá aún más importante fuera la editorial Bruguera, que
no sólo ofrecía en sus baratas ediciones obras de Lowry y Onetti, sino que
también ofrecía buena parte del cómic que digeríamos y que hoy recuerdo como un
verdadero zapeo ficcional, sobre todo en revistas como Mortadelo, en la que
usualmente lo menos interesante eran precisamente las historias del torpe
agente gafotas que le daba nombre. Sin embargo, todo eso llegó a partir de
mediados de los setenta. Es posible que no hubiera ningún libro en mi casa
cuando yo nací. Tal vez las horripilantes novelas del Oeste de Marcial Lafuente
Estefanía, que fueron la única lectura comprobada de mi padre, pero tampoco
podría asegurarlo.
Rastreando
nostálgicamente en el hogar, creo que he encontrado el que seguramente es el libro
más antiguo adquirido por el núcleo familiar: la Enciclopedia Universal
Ilustrada de la editorial Ramón Sopena, en cuatro volúmenes, de 1971. Una obra
comprada costosamente a base de letras (el crédito de aquellos tiempos) a esos
personajes tan curiosos y pesados que eran los vendedores de enciclopedias, que
seguramente convencieron a mis padres de que los libros iban a ser el
complemento ideal para que los niños estudiosos sacaran buenas calificaciones y
borraran así el estigma de la pobreza andaluza de generaciones y aun siglos. El
esfuerzo económico de mis padres no estuvo exento de riesgos y miedos, ya que
la enciclopedia podía costar el salario de un mes para una familia sin
patrimonio ni ahorros. Lástima que la enciclopedia tuviera entradas tan rigurosas
y de nivel científico como esta dedicada a Franco: “alzado el ejército de
Marruecos contra la dominación roja en España, el general Franco se trasladó a
Tetuán, tomó el mando del Ejército de África y emprendió la magna Cruzada de
Reconquista de la Patria, con el apoyo de la exaltación patriótica de la mayor
parte de la nación no maleada por teorías disolventes”. Sic, de verdad, sic.
Recuerdo
haber escuchado alguna vez a Juan José Millás decir que en su curiosidad
literaria fue decisivo leer de niño la entrada de la palabra “muerte” en la
enciclopedia Espasa, lo que al jovencísimo lector le abrió un mundo de sorpresas
y fascinantes posibilidades. No creo que la entrada dedicada a Franco me haya
determinado en ningún sentido, pero me pregunto si hay alguna conexión
misteriosa entre ese primer libro franquista y lo que ha venido después: los
cinco libros de poesía de mi hermano y mis tres novelas, entre otras cosas. Esa biblioteca tiene, por tanto, su relato, su misterio e incluso su lección histórica. Y es que, como mínimo, hay una génesis en ese hipotético primer libro, una génesis marcada
por el miedo a la ignorancia y a la pobreza, pero también por algunos
innegables valores familiares que quizá sólo podría dar a entender citando versos de César Vallejo.
Cultura,
vieja amiga: a pesar de todo, yo sigo confiando en ti.
¡Excelente, Pablo! Como siempre, lúcido y rabiosamente entretenido. Me hiciste recordar la Enciclopedia Uteha para la Juventud de los años 50 que rodaba por la casa de mis abuelos paternos. ¡Un abrazo!
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