NOSTALGIA DE BUÑUEL
Sota,
caballo y rey. Tenemos PokerStars y blackjack de sobras, pero estamos
perdiendo el guiñote y el tute. Los chavales de hoy se jubilarán cobrando una
miseria y no jugarán a las cartas, sino a la PlayStation. Los frikis, tan
anglófilos ellos, no usan baraja española. Las cartas se mueren y la sota está
triste. Ya nadie canta las cuarenta. Eso, en un país como España, es una
pérdida real y metafórica.
Sota, caballo y rey. No sé por qué, pero cuando imagino una partida de
cartas españolas veo, alrededor de la mesa con el tapete verde, los rostros de mis abuelos, y en la pareja rival siempre
uno tiene la cara de Buñuel. Poca gente ve sus películas; como si esa España cejijunta
hubiera desaparecido con tanta cosmética. Cincuenta canales de televisión
repiten a todas horas las películas de Marvel, o peor aún, las del detestable
Steven Seagal, seguramente el peor actor del mundo. Pero nunca emiten El ángel exterminador, o Viridiana, o esa con título de tema eterno: Los olvidados. Los jóvenes
de hoy se asustan con las películas en blanco y negro, que deben parecerles
algo tan depresivo como el sexo de los padres, y Movistar gana dinero con eso.
Buñuel les suena a medieval, como Chaplin, como Bergman, como Welles. Estamos
perdiendo también esa batalla.
Cómo
cantabas las cuarenta, amigo Buñuel. A españoles, a mexicanos, a franceses, a
quien fuera. ¿Quién hace algo así hoy? ¿García Ferreras? Esa capacidad de
arriesgar, de molestar -con pocos recursos y sin la industria de Hollywood
detrás-, eso sí es testosterona castiza, eso sí es españolidad de la que me
gusta, de la que aún se podría salvar. Nunca envidiaré la condición de
exiliado, pero sí la permanente lucha, la radicalidad depurada de toxinas dogmáticas, el
compromiso vital con una idea agresiva del arte heredada de las vanguardias
pero después madurada por sinsabores políticos y nutrientes ateos. Sí, Ford;
sí, Kubrick, también; pero no hay por qué sentirse inferiores con Buñuel. No
todas las verdades están en inglés.
Es
cierto que Buñuel, como todo gran artista tenaz y explorador, fue desigual. Hoy quizá Christian Grey bostezaría ante Belle de
jour, pero es que, visto con distancia, la sensual Catherine Denueve, en el
fondo, no es tan importante como Lola Gaos. Entender eso es lo difícil: la
polivalencia de un autor y la coherencia global de un proyecto, de una suma de
hachazos a la conciencia. Una voluntad, en definitiva.
Sota,
caballo y rey: al final hay una lógica y se llega a una conclusión inapelable. La España
del garrotazo y la picaresca vuelve una y otra vez, por mucho que se intente
blanquear. Hoy la encarnan los corruptos, los ignorantes y plagiarios, los
franquistas que pugnan por salir del armario, los neocaciques de corbata y
guante blanco, los inquisidores encubiertos. España no es una metafísica, es un
error perpetuo, un cuerpo descoyuntado por la cojera permanente. Durante más
de veinte años se nos vendió el cuento de hadas de la España posmoderna y
europea, y se recurrió para ello al exorcismo neoliberal de demonios como
Buñuel. Pero por debajo todo seguía podrido.
Volvamos a la mala leche, a la mala uva. Oros, copas, espadas y bastos.
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