LOS MONSTRUOS DEL MIEDO
¿Puede
un pueblo que ha sido víctima de un genocidio acabar provocando el genocidio de
otro pueblo? ¿Puede la Shoah, que debería ser nuestro límite moral y una
lección permanente —como se analiza aquí—, convertirse en argumento para nuevas
formas de sufrimiento y crueldad? La aporía que supone el conflicto
aparentemente irresoluble entre el derecho de dos pueblos a tener un Estado que
les proteja ha abierto un abismo ante nuestras conciencias. El tema es de triste
actualidad y las perspectivas de futuro auguran nuevas dimensiones del
pesimismo, vista la dificultad de tocar el fondo del Mal.
Tarántula, de Eduardo Halfon, publicado por Libros del Asteroide, es en ese sentido un libro oportuno. No hablo de ese tipo de suerte literaria que tienen algunos, como Javier Cercas, que saca, para el tedioso día de Sant Jordi, su Anatomía de un Papa peronista, imitando pobremente a Vázquez Montalbán, y ve cómo el cambio de pontífice dispara las ventas del libro en esa misma semana. Con Halfon, en cambio, hablamos de literatura en serio, no de mercadeos ni teologías de baratillo. Podríamos aplicarle la cita de Faulkner que tanto le gustaba a Marías, según la cual —parafraseo— la literatura es una cerilla en el bosque en medio de la noche; un fuego que no ilumina nada, pero que nos muestra cuánta oscuridad hay alrededor.
El
libro de Halfon es, aparentemente, más autobiográfico que novelesco, porque el
narrador es un escritor guatemalteco llamado Eduardo Halfon, que habla de su
oficio y sus rutinas (parece que no hay manera de que me libre de estos temas…),
incluyendo la amistad con personajes reales, como la fotógrafa Graciela
Iturbide. Pero lo decisivo es que un reencuentro casual lleva al narrador a rememorar
su experiencia traumática, con trece años, en un campamento para niños judíos
en su Guatemala natal. La experiencia tiene una fuerza literaria excepcional y el
narrador la desvela con sabiduría de manera progresiva, por lo que no me parece
justo fastidiar ese mérito explicando más los detalles de la historia. Lo que
sí puedo decir es que, sea o no real en todo o en parte, cumple con la función
esencial de sorprender al lector, cosa nada fácil en todo lo que se refiere a
temas como el nazismo y el dolor del pueblo judío.
En
ese sentido, se trata de una obra que a lo mejor nos puede servir para entender,
por ejemplo, el impacto emocional en la conciencia colectiva israelí de los
atentados del 7 de octubre de 2023 y cómo ese ataque generó una atroz sensación
de vulnerabilidad y asedio que ha acabado siento la coartada para la brutal
respuesta militar. Ignoro si Halfon escribió la obra antes, durante o después de
esos hechos (y cada día me resultan menos fiables las entrevistas a escritores,
sobre todo si son promocionales), aunque en realidad importa poco. Lo importante
es la voluntad de aproximarse a un fenómeno de más alcance: la pervivencia del
Holocausto como síndrome y a la vez como germen de un posible fanatismo de la
supervivencia, que se manifiesta, ante todo, en una sociedad fuertemente
militarizada, capaz también de nuevas formas de violencia.
Que
nadie piense que la obra es una legitimación de Netanyahu; el problema
palestino, de hecho, no está presente. Halfon (que es judío y nieto de un
superviviente de Auschwitz) busca por otra vía la incertidumbre y la inquietud,
frente al dogma o el victimismo previsible. Problematiza la versión judía del
fin que justifica los medios y nos entrega un relato con una enorme fuerza
dialógica, en la que no sólo contrasta voces, sino que busca la complejidad interna
de cada voz, sobre todo en el caso del narrador y protagonista, un ser híbrido
entre la identidad judía y la realidad indígena de Guatemala; entre la Torá y
el Popol Vuh, como afirma en algún momento. Esa identidad dual es, así, la raíz
de un miedo doble: el miedo al antisemitismo, por supuesto, pero también a la terrible violencia que asoló Guatemala en la niñez de Halfon y que, con su sesgo racista, es otro trauma, tal
vez equiparable, tal vez complementario, tal vez especular.
Mi
única (y modesta) objeción a la obra es, precisamente, la dificultad para
catalogarla como novela. Y en ese punto volvemos a las cuestiones
macroliterarias de nuestro tiempo, que son siempre las que más me interesan. Da
la impresión de que Halfon ha renunciado de manera deliberada a la imaginación
novelesca para encajar su texto en un molde autobiográfico y ser así fiel a una
experiencia previa “real” sobre la que no quiere fantasear. No es una decisión
carente de sentido literario, desde luego. Como comprobará quien se enfrente a
la obra, el pacto autobiográfico que propone Halfon es esencial para suspender
la incredulidad del lector. Porque algunos hechos narrados son, efectivamente,
difíciles de creer, y no precisamente por sobrenaturales.
Sin embargo, se me ocurre que el autor se ha autolimitado innecesariamente. Pongo como ejemplo otra obra latinoamericana de los últimos años que también plantea, en la herencia de Bolaño o Sebald, la universalidad contemporánea del Mal: me refiero a Vivir abajo, del peruano Gustavo Faverón Patriau. Ahí tenemos otro narrador que es, básicamente, el autor convertido en personaje, pero el resultado es, en muchos sentidos, opuesto al de Halfon. La novela de Faverón Patriau tiene muchísima más energía creativa, con un intrincado despliegue de personajes y violencias históricas, de Europa y de las dos Américas, que incluso puede resultar por momentos abrumador para el lector. Es una fórmula que tiene sus riesgos, pero en la que el autor-personaje no es tan central y la riqueza intersubjetiva es, en mi opinión, mayor. Pero, naturalmente, ese tipo de proyecto exige el triple de páginas y, por tanto, más tiempo de trabajo.
Insisto en que se trata de una objeción menor. Sea o no una novela, el texto de Halfon consigue un efecto estético innegable, bien nutrido de dilemas y contradicciones que no pueden dejar indiferente al lector. Y, sobre todo, quiero decir que es un alivio comprobar que la obra trata un tema difícil y lo hace alejándose de tanto producto adocenado que abunda hoy. De tanta literatura de aeropuerto que usa el nombre de Auschwitz en vano.
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