MEMORIAL DE SANT JORDI
A mi amigo Wilson y a mí nos gusta deambular por Barcelona mientras
discutimos acaloradamente sobre literatura y política (y también sobre amores,
pero qué sabrá él de eso). Ayer nos excedimos con la discusión y acabamos, sin
saber muy bien cómo, en un cementerio que no habíamos visto nunca antes. Era un
cementerio enorme, casi palaciego, interminable, con calles y galerías que parecían
repetirse en forma de laberinto; estaba lleno de nichos adornados con flores elegantes
y retratos generosos. Encontramos, extrañamente, muchísimos visitantes ufanos y
parlanchines, todos con aire de predicadores felices. Es decir, no había
silencio, y yo diría que tampoco había luto ni respeto por la muerte.
Wilson no entendía nada.
-¿Qué día es hoy? ¿Es el Día de los Difuntos?
-No, Wilson, te equivocas.
-¿Es el desfile militar en honor a la Patria?
-Cerca, Wilson, pero no.
Caminamos con dificultad entre el gentío, pero eso, al menos, nos
permitió detenernos a menudo para leer las lápidas. Conocíamos muchos de los
nombres, que además se repetían.
-¿Por qué todo el mundo está tan contento? –insistió mi amigo.
-Creo que están hechizados. No les hagas caso. Rezan porque intentan
llenarse de energía para todo el año. Es como el solsticio.
-Sácame de aquí. Empiezo a tener miedo. Hay algo extraño en sus ojos.
-¿No te gustan las rosas, Wilson?
-No… porque sé lo que significan. Lo que significan de verdad.
-No te pases de listo, Wilson. Seguro que hay muchos sabios por aquí.
Unos minutos después, yo mismo empecé a sentirme mareado, incapaz de
encontrar alguna señal que indicara el camino de salida. La masa, mientras
tanto, seguía en su éxtasis.
Tardamos mucho, pero finalmente logramos regresar a casa. Y hoy me he
despertado curiosamente contento de que el día sea otra vez un día de mierda
como todos los demás.
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