LA IZQUIERDA Y EL NORTE
Los dos movimientos que en estos
años han propuesto de una manera u otra la impugnación del Régimen del 78,
surgidos ambos de una importante movilización popular y marcados por una
aparente voluntad transformadora e incluso constituyente, se encuentran ahora en
una situación de encrucijada que no invita precisamente al optimismo. En el
caso del independentismo catalán, la obstinación es ya chulesca y se va tiñendo
cada vez más de dogmatismo asfixiante y vulgar sedición. En el caso del 15-M,
los autoproclamados herederos de su legado político se están enfrentando con poca
pericia a las complejas exigencias que implica la incorporación al orden
político liberal y parlamentario, y están perdiendo aceleradamente la
iniciativa de que gozaron, con astucia que hay que reconocer, durante al menos
un año o dos. En ese sentido, el espectáculo ofrecido en Vistalegre II (a lo
que habría que sumar algunos otros ejemplos posteriores) no sólo mostró la
dificultad de organizar una estrategia política real que encaje no en la calle
sino en el parlamento; también mostró la peor cara de su narcisismo de
generación LOGSE, sin que le puedan echar esta vez la culpa a los medios de
comunicación de la oligarquía. En este caso, fue el propio placer infantil por
la sobreexposición mediática el que ofreció una imagen general de inmadurez,
descoordinación y lucha de egos.
En ambos movimientos ha pesado
mucho, creo, una percepción ambiciosa pero irrealista de “la mayoría” a la que creen
representar y defender. Los resultados electorales, en cambio, demuestran que el ideal moral de justicia social de la izquierda está lejos de ser mayoritario y que
los impulsos transformadores más o menos sustanciales tienen límites evidentes. En todo caso lo único que crece es
la respuesta nacionalista a los problemas, es decir, el repliegue egoísta, sea –mal
que les pese a algunos la comparación- en versión anglosajona, francesa o
catalana. En el fondo, no es de extrañar, teniendo en cuenta que la quimera de la globalización
próspera y feliz cada día engaña menos, y que soluciones como el keynesianismo
o las burbujas crediticias ilimitadas parecen ya gastadas, con lo que el
capitalismo nos conduce una vez más a su intrínseco sálvese quien pueda.
Con todo, en el caso español, la
posición de Unidos Podemos, aunque sea en sus niveles actuales, parece
imprescindible desde la perspectiva de los que creemos en la necesidad de que
haya algún freno a las interminables coacciones del gran capital y sus mafias
corruptas para afectar a los intereses públicos. La disolución de Izquierda
Unida en la nueva coalición, desgraciadamente, parece ya irreversible, para tranquilidad de Tania Sánchez, y poco o
nada se puede esperar del PSOE, gane quien gane las primarias (ganará Cebrián,
seguramente). Ahora bien, un partido con cinco millones de votantes debe
afrontar la responsabilidad evidente que supone tener una oportunidad real de
gobernar, aunque sea una oportunidad remota y siempre dentro de un pacto. Julio
Anguita, por ejemplo, nunca llegó a esos niveles, ni en sus mejores tiempos, y
por eso Felipe González pudo despreciar sus ofertas de pacto. A corto plazo,
parece indiscutible que PSOE y Podemos, a pesar de que la distancia simbólica entre
ambos se agranda cada día, están condenados a entenderse y a pactar porque
ninguno podrá gobernar en solitario. Esa es la clave del futuro inmediato,
aunque no sea fácil el arreglo. La victoria de la doctrina resistencialista de
Iglesias frente al posibilismo de Errejón lo complica todo más, pero es
difícil de creer que Iglesias pueda realmente ampliar mucho más su base social,
aun contando con que el PSOE no haya tocado fondo, o que pueda justificar ante sus votantes (ante sus militantes, seguramente sí) que vale la pena seguir permitiendo por acción o por omisión más años de gobiernos como el del PP. Además, sea con razón o no, Iglesias
genera adoración entre sus seguidores pero mucha antipatía y sobre todo miedo entre
sus no votantes. Quizá Alberto Garzón encajaría mucho mejor en el papel de
líder menos arrogante que Iglesias y menos vaporoso que Errejón. O Ada Colau,
pero el hecho de ser catalana, no nos engañemos, le complica la proyección a
nivel español.
Habrá que ceder y negociar, desde luego.
La pregunta es hasta dónde. O para llegar a dónde. Y aquí es donde salen las dudas, porque la
mercadotecnia podemita y su culto a la imagen (los significantes, frente a los
significados) han mostrado su oquedad (demasiado cercana a ejemplos olvidables como el melindroso ecosocialismo), porque intentan como sea disimular hasta qué punto
se han contagiado de los problemas reales de la izquierda europea, de su falta de norte, que ya ha hundido a la socialdemocracia una vez que ésta ha perdido su poder negociador
ante la ausencia de un fantasma como el del comunismo. Quizá sea hora de asumir
que mientras el centro del debate político esté en la numerología económica, la
iniciativa la mantendrá el establishment neoliberal, porque su superioridad
tecnocrática a la hora de hacer cuentas y su capacidad de intimidación han
conseguido ya una derrota moral de la izquierda: que el ciudadano sea hoy más que nada un accionista de una empresa
que es su nación, y que se comporte como tal, consciente o inconscientemente.
Algunas voces dicen que la renta básica universal es la única posibilidad que tiene la izquierda de recuperar hoy la iniciativa
política con un proyecto ilusionante y moderadamente utópico en el terreno económico. Tengo muchas
dudas sobre la viabilidad económica del proyecto, y más aún sobre su
sostenibilidad política (imagínense las campañas de la prensa española que
todos conocemos, sacando cada día testimonios de borrachos y drogadictos gozando de la renta básica), pero también es cierto que el prejuicio ante el
experimento se asemeja bastante a esos prejuicios ante propuestas audaces como -precisamente- la legalización de las drogas. De cualquier modo, hacer verosímil la propuesta, situarla en el centro de la discusión, podría llenar de contenido el debate político más allá de otras propuestas que
también pueden ser decisivas, como la salida del euro o incluso de la Unión
Europea, tema crucial sobre el que en Podemos se habla muy poco, sin duda por
estrategia. Si no se recupera el vigor programático con propuestas de alcance y no de mera propaganda televisiva o tuit, todo el esfuerzo de imaginación política se va a quedar en poco más que un relevo generacional sin llegar a ninguna transformación real. Nos libraremos de algunos corruptos, seguramente, pero seguiremos sin tener la iniciativa.
Hola, Pablo:
ResponderEliminarHasta donde me alcanza la vista, un caballo de Troya en Podemos es su posición acomplejada con los nacionalismos. Que sienta complicidad con esas otras españas alérgicas a la idea de UNA nación ("grande y libre") es natural y sano. Pero que haga suyas las cartas marcadas del "derecho a votar" abanderado por Mas y compañía me hace ruido. Más que nada porque le hace a Podemos compinche de un proyecto cuyo propósito es profundamente conservador: 1. Que un territorio rico se libere de la necesidad de apoyar a otras regiones más pobres. 2. Que la supuesta identidad territorial (aquí vs. allí) se imponga a la identidad material (pobres vs. ricos).
Para mí, la voz de Podemos en ese debate debería ser más audaz y rotunda: escapar de la trampa de tener que apoyar o no el proyecto independentista para, en cambio, demostrar que el proyecto, en sí mismo, es falso, en el sentido de que cambiar de bandera o de lengua oficial no va cambiar las estructuras de poder y que, en todo caso, lo único en juego en el procés es saber quién va a "ganar la plaza", que dirían los narcos. Sí, claro, le he escuchado a Iglesias en varias ocasiones que la verdadera lucha independentista debería ser hacia el FMI y sus secuaces, pero lo dice con la boca chiquita, no vaya a ser que sus compadres de la CUP o de Esquerra se molesten.
En fin, que estoy de acuerdo. Renta básica, legalización de la marihuana, empoderamiento institucional de la ciudadanía, cambio de modelo educativo (no de Programa de asignaturas o de Reforma), ... no sé, propuestas que configuren una utopía sólida, creativa, aunque estén condenadas a vivir en minoría parlamentaria en un primer momento. Apostar a largo plazo. No involucrarse en a lucha de los Stark contra los Lannisters. Hacer como el enano: apostar por el mensaje revolucionario y rubio de Daenerys.
Abrazo!
Efectivamente, Podemos es deliberadamente ambiguo en la cuestión nacionalista, heredando la indefinición que siempre tuvieron partidos como Ezker Batua o Iniciativa. Saben que alejarse del españolismo les da votos porque impide que se les homologue con el PP, que ha acaparado la idea de España. El problema tiene difícil solución, porque en el fondo España sigue siendo un fracaso como proyecto colectivo. Al menos Pablo Iglesias ha mantenido una cierta coherencia: sí al referéndum en Cataluña, pero para votar no. Ada Colau no ha sido tan clara, y ese juego con dos barajas es peligroso. Esperemos que no se pongan del lado de la desobediencia. Veremos qué pasa.
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