EL NUEVO ENEMIGO DE LA LITERATURA
No, no me refiero a los
presentadores de la televisión que, como mi excompañero de carrera Jorge Javier
Vázquez, acaparan la mesa de novedades incluso en el gran día de la cultura que
es Sant Jordi, y la atiborran de fatuidad y cosmética mientras algunos intentamos
organizar la denuncia por intrusismo profesional. Tampoco me refiero a Mercedes
Milá y su nefasto programa pretendidamente democrático, con sus Mama Chicho de
la puerilidad lectora y su apoteosis del like como criterio estético. Ni al
creciente fenómeno de los booktubers, productos de la pedagogía Flanders que
nos domina desde hace tiempo y que han conseguido que algunos revaloricemos inesperadamente la obra de don Marcelino Menéndez Pelayo y la de cualquier
fósil del mundo analógico. Y tampoco me refiero a ese viejo enemigo que llevo
toda la vida aguantando, el grupo PRISA, que después de décadas de ejercer su hegemonía se está volviendo casi entrañable en su decadencia, convertido en nido
de carcamales millonarios antipodemitas aterrados ante la perspectiva de
quedarse sin su soñado premio Cervantes (y hay al menos dos que sueñan ya con
el Nobel).
No, hay otro enemigo más discreto y
subterráneo; más propicio, en definitiva, para la paranoia. Un rival enigmático
cuyo poder se está extendiendo de forma poco visible y que está colonizando
comportamientos a marchas aceleradas. La elite académico-humanística, como
siempre, no se dará cuenta hasta que sea demasiado tarde y el daño sea irremediable;
aunque no sé si incluso un superhéroe como Bourdieu hubiera podido enfrentarse
a un villano como él. El enemigo tiene nombre extranjero, como buen malvado exótico, y parece
personaje de novela negra nórdica o delantero danés barato adquirido en el
mercado de invierno de fichajes. Su nombre es Nielsen.
Sí, Nielsen. Tendremos que
redefinir el esquema de la comunicación de Jakobson y darle su puesto como
factor de la literatura del siglo XXI, sobre todo en un país como España, tan
proclive al yugo de la codicia. Nielsen es una base de datos por
suscripción con resultados de ventas de libros y, por tanto, el equivalente literario de los medidores de audiencia televisiva; pero también es, como me dijo un editor, algo parecido a la lista de morosos de los bancos, por la que cualquier escritor publicado
queda marcado por su nivel de rentabilidad, es decir, su capacidad de crédito, nuevo concepto socioliterario. Esa capacidad de crédito es lo que puede determinar su trayectoria posterior mucho más que los otros
supuestos factores del éxito literario en el neoliberalismo cultural actual.
Nielsen está barriendo con todo y
pronto no quedará nada. Nunca el capital había tenido un esbirro tan eficiente
en el terreno cultural; el refugio del arte puro se está quedando sin oxígeno y no habrá más remedio que salir a la superficie. ¡Ríndete, humanismo tradicional de Auerbach y Curtius! Estás en vías de extinción, porque ya ni te va a salvar el dinero público. ¡Y
tú, Onetti, no te quejes tanto, que te hubiera ido mucho peor si te hubieras
encontrado con Nielsen! Ni en la cama hubieras estado a salvo. Porque Nielsen es una
fuerza seductora y aparentemente inocua, pero cuando ya te vuelves adicto es
imposible escapar. Hasta qué punto los editores están ya contaminados por ese
virus, es difícil de saber, conociendo la sinceridad del gremio. Pero
conociendo la avaricia predominante, podemos temernos lo peor.
Nielsen va camino de ser el HAL 9000 de
la cultura capitalista, pero debería andarse con cuidado. Algún día habrá una resistencia
organizada. Mientras tanto, ya podrían los de Anonymous hackearlo y cambiar los
datos de Pérez-Reverte por los míos.
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