ERROR MÁS ERROR
La desorientación política de estos
tiempos posutópicos empieza a crear, sobre todo en países como España,
escenarios sorprendentes, resultado de la mezcla de las nuevas formas
tecnológicas de simpleza y la extendida ansiedad por encontrar soluciones
inmediatas y superficiales. En el caso del PSOE, el partido sigue sumando errores a la interminable
decadencia. Es verdad que la decadencia se explica en cierto modo por el declive de la
socialdemocracia europea, que ya ha llegado al límite de sus promesas, pero
también se explica por razones endógenas: el bajo nivel retórico y argumentativo de muchos
de sus dirigentes, el pésimo ejemplo que dan los vínculos de algunos nombres
ilustres con la oligarquía, y en general la petrificación organizativa del
partido, cómodamente aburguesado desde hace décadas e incapaz de
problematizarse a sí mismo y por tanto de comprender las nuevas necesidades
sociales.
En ese sentido, lo sucedido en los
últimos meses revela una descomposición muy profunda, aunque, eso sí, con
cierto interés narrativo. Hay que reconocerle a Sánchez –o, más probablemente, a
sus asesores- el modo en que ha sabido culminar su resurrección y tener por fin
un mínimo de carisma en forma de pseudorrebeldía, después de tantas ideas
peregrinas y recursos de persona ruiz. Personalmente, me alegra que alguien con
un nombre tan parecido al mío suene todos los días en los medios e incluso
parezca triunfar, ya que eso tal vez me quite la idea de cambiar mi firma y
publicar como Pablo Umbral o algo parecido (no es fácil ser Sánchez, admitámoslo). Pero todos sabemos que la aparente tenacidad del nuevo
secretario general no es más que una fórmula mercadotécnica, la única que le ha
funcionado después de los fracasos sucesivos de su discurso acartonado y hueco.
Lo interesante, de todos modos, será comprobar si su imagen de indómito le dará
gasolina hasta las próximas elecciones. Teniendo en cuenta el infantilismo y la
desmemoria crecientes de la sociedad española, cabe la posibilidad incluso de
que remonte a base de gestualidad izquierdista y falso aplomo reivindicativo.
La democracia liberal es a menudo
impredecible, y se supone que esa es una de sus virtudes, aunque muy a menudo
lo imprevisto es sólo la variante menos mala de las posibles. Algo así sucede
con los experimentos socialistas. Asombra, sin embargo, la obstinación de
muchos socialistas de peso en defender la idoneidad de alguien como Susana
Díaz, tan marcada por la ambición, los sonsonetes y una fibra tradicionalista
que mal se puede esconder detrás de lo que llamaríamos eufemísticamente su “perfil
regional”. Ya se vio su oportunismo cuando rompió el pacto con Izquierda Unida
para acabar pactando de nuevo pero con Ciudadanos, y poco más se puede decir de
una candidata a la que la propia derecha y sus voceros respetaban de forma muy
evidente. En cualquier caso, sorprende la incapacidad de los cerebros del
partido para no percibir que su estilo acomodaticio difícilmente podría
devolver la ilusión a unos simpatizantes necesitados de más agresividad, aunque
sea puramente verbal, en tiempos de irritación crónica.
Naturalmente, esa es sólo la última
secuencia de la cadena de errores de un partido anquilosado por la nefasta y
perpetua sombra del felipismo y del cebrianismo, y que Rodríguez Zapatero
terminó de hundir. Sin duda, también se puede argumentar que parte del declive del
zapaterismo tiene que ver con factores externos, como la crisis del euro y las
restricciones de la política europea. Pero hay aquí un margen de responsabilidad
individual ineludible que dañó de manera enorme la confianza de los ciudadanos españoles en sus dirigentes. Zapatero creyó –y no le niego la
honestidad- que la reforma exprés de la Constitución en agosto de 2011 era una
medida necesaria y urgente, y actuó seguramente motivado por un cierto sentido
patriótico. Pero aquel día hundió su partido, les dio argumentos a los
independentistas catalanes (que no los tenían), llevó la democracia
parlamentaria a las tinieblas por no decir a las cloacas, rindió la soberanía
nacional a monstruos tecnocráticos y confirmó la vileza internacional del
capitalismo financiero. No es poco para un día, y para una decisión. Y encima
ganó dinero con ello vendiendo el relato de su cobarde gestión.
Hay errores graves y errores
fatales, y luego están los errores sin autocrítica, que tienen otro efecto
añadido: tienden más a reproducirse. Esa es la situación del socialismo.
Veremos cuál es su próximo error. Viendo a Sánchez cantar la Internacional, no cabe duda de que queda poco para saberlo.
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