UN ESCRITOR OPORTUNO
En 1969, en su famoso ensayo La nueva novela hispanoamericana, Carlos
Fuentes le dedicaba un capítulo a Juan Goytisolo junto a los dedicados a Vargas
Llosa, Cortázar y García Márquez. La decisión era muy significativa: Fuentes
convertía a Goytisolo ni más ni menos que en un homólogo de los grandes del
boom. Los maliciosos, de hecho, interpretaron que Fuentes le estaba regalando
un simbólico quinto sillón de lo que consideraban un club exclusivo, junto a
los cuatro latinoamericanos de moda (la mafia).
Pero lo cierto es que no son muchos los novelistas españoles que han tenido ese
tipo de generosos reconocimientos al otro lado del océano (quizá un caso comparable sería
ahora el de Vila-Matas). Ni Cela ni Delibes lo tuvieron, por ejemplo.
Sin duda, Señas de identidad no puede estar a la altura de Rayuela o Cien años de soledad, pero ese es en realidad un asunto menor,
porque la importancia de Goytisolo en esos intensos años es incuestionable. Su
desarraigo, su impugnación radical de la España franquista, su inquietud por
encontrar la solución formal adecuada para la novela como género, le situaron
durante mucho tiempo en posición permanente de vanguardia literaria (más que
sus hermanos). Primero, practicando y a la vez problematizando el realismo
social español. Después, descubriendo como tantos otros la Revolución Cubana y
la pujanza cultural de América Latina, e incorporándose a la utopía
transformadora. Su dinamismo muchas veces pareció inagotable, de Formentor a
París, pasando por La Habana. Pero pronto llegaron los costes, empezando por la
dura polémica a propósito de Cuba. Y, sobre todo, llegó a España la democracia.
En los ochenta, el Goytisolo
inquieto y lleno de energía literaria aún mantuvo la iniciativa con sus
memorias de Coto vedado, tan
superiores a las de sus compañeros de generación, como Barral o Caballero
Bonald. Y no sólo por el tema homosexual, sino por otros aspectos, como la inclusión
de las sobrecogedoras cartas de los esclavos de la familia Goytisolo en la Cuba
colonial. Esas son memorias de verdad interesantes, con imaginación creativa,
no las bobadas de tanto ego inflado que han inundado desde entonces las
librerías.
Sin embargo, sabemos que no es
fácil resistir en la vanguardia. Algunos artistas que fueron muy audaces en su
tiempo hoy bordean el ridículo en televisión (como Jodorowski). En el caso de
Goytisolo, la democracia diluyó progresivamente su prestigio por culpa del
lavado de cara de la España modernizada. La automarginación marroquí sin duda
contribuyó a esa postergación, pero también hay razones externas fáciles de
comprobar. En la era socialista, en una España cada vez más europeizada, el
destierro perdió valor como gesto, como actitud contestataria; quién va a
ponerse a reivindicar al conde don Julián en tiempos de crecimiento económico y
libertad gozosa. La España sagrada que Goytisolo quiso destruir con sus novelas
pareció desvanecerse rápidamente, gracias a gansadas como la "movida" y a nuevos
escritores convencidos de que el Estado ya no era el enemigo y que se podía
pactar sin problemas con el poder.
Así, a pesar de algunos momentos de
Ferlosio y luego de Chirbes, nos fuimos quedando sin escritores agresivos y
problemáticos y fuimos condenando a la obsolescencia una determinada forma de
ejercer la crítica hacia la realidad. Y todo para quedarnos con modelos como
Pérez-Reverte, tan agresivo a su manera. Pero la España sagrada, corrupta y
mezquina no se había ido del todo, y ahora lo sabemos. La democracia ya no
puede ocultar la inmoralidad y la podredumbre acumulada en décadas de olímpico autobombo,
codicia insaciable y mediocridad contrarreformista. España, con sus condecoraciones
a las vírgenes, sus rectores que plagian y sus patriotas con ahorros en Suiza y
Andorra, sigue siendo un fracaso como proyecto, y ya se nos han acabado los motivos
para la euforia. Por eso nos hubieran venido bien unos Goytisolos que
cuestionaran los mitos de progreso que hoy se desmoronan. Pero no los tuvimos.
No se trata de volver a consagrar a escritores
malditos. Bastaría con encontrar algunos que conozcan y propaguen las ventajas morales del
desarraigo. Porque las tiene. Aunque el final del escritor desarraigado, como en este caso, pueda ser muy triste.
A la vejez me encuentro yo con el blog de mi admirado profesor Pablo Sánchez. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarQuerido amigo,
Eliminarpensé que en algún momento te había hablado del blog. Sé bienvenido; espero tus opiniones y comentarios, si quieres hacerlos. Un abrazo.