RAÍCES DEL APÁTRIDA
Uno ha crecido entre modelos de la cultura audiovisual con discursos y
lemas heroicos, individualistas y frecuentemente viriles, y de algún modo más o
menos consciente espera el momento de poder decir, en la vida real y de manera
oportuna y justificada, alguna de esas frases, para así homologarse con el héroe
pop (o con el villano, como Goldfinger: “quiero que muera, señor Bond”).
Muchas veces se trata de clichés de policiacos o de westerns que
conservan su capacidad de seducción porque fomentan el enigma personal, o una
imagen idílica de resistencia ante diversas formas de adversidad. Es el caso,
por ejemplo, de esa típica pregunta de un personaje a otro: “¿De dónde eres?”,
con su respuesta perfectamente ensamblada: “De ninguna parte”. La maravillosa
evasión de la identidad con todas sus cargas y errores.
Algo así me está sucediendo: el tópico me devora y el origen empieza a
convertirse en algo difuso y olvidable. Ser de Barcelona y vivir en Sevilla no
es sólo una escisión: es un martilleo constante en los dos oídos, dos historias
contadas por dos idiotas llenas de ruido y de furia. El nacionalismo sólo me
produce una especie de pereza ontológica, porque ya no está claro qué es peor,
si el creciente catetismo chovinista catalán, o la histórica mezcla de
ignorancia y mala fe del españolismo. España siempre ha sido un proyecto
nefasto, y Cataluña sigue el mismo camino.
Los puentes empiezan a hundirse; esperemos poder vivir aunque sea debajo
de uno de ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario