"Yo no he muerto en México" (novela)

domingo, 27 de noviembre de 2016

NUEVA DIALÉCTICA DEL MIEDO

Hoy en día cualquier preocupación se vuelve fácilmente multitudinaria, por la multiplicación inmediata del discurso, y en ese sentido no faltan los ruidosos que auguran un porvenir mundial ennegrecido por el neofascismo básicamente xenófobo y hasta presienten la llegada de una nueva Edad Media que revierta el camino racional moderno. Sin necesidad de ser apocalíptico y por tanto demasiado estridente, lo cierto es que Trump, el brexit, la amenaza lepenista y la indulgencia en España con la corrupción sistémica serían ejemplos coetáneos de una reacción conservadora que aúna de forma terrible legitimidad democrática e irracionalismo, poniendo contra las cuerdas y desconcertando a los diferentes impulsores del cambio sociopolítico, que no acaban de coincidir en el programa de acción de una hipotética agenda emancipatoria que ya no se sabe si ha de ser global, local o glocal.
Por supuesto, lo más fácil es recurrir a la denuncia de la ignorancia colectiva, de la insuficiencia educativa y la toxicidad de los medios hegemónicos. Pero las viejas teorías sobre la alienación parecen no ser tan útiles ya en la “sociedad del conocimiento”, que tantos apologetas optimistas e interesados defienden hoy en día. Esos mismos cándidos que se entusiasmaron con la Primavera Árabe y la función de las redes sociales en los acontecimientos, ahora deberían replantearse hasta qué punto los albores de esa nueva sociedad sólo están facilitando una obesidad mórbida de la cultura, en la que los discursos complejos se fragmentan y comprimen sólo para acabar cediendo ante viralidades que muchas veces son precisamente eso: patologías de la razón atontada.
Del mismo modo, el debilitamiento del proyecto europeo, con evidencias como la crisis de los refugiados, está poniendo de manifiesto la vanagloria de una fantasía de capitalismo humanizado y redentor que supuestamente iba a devolver a Europa la grandeza de sus mejores momentos de progreso (sus pocos momentos, en realidad). Pero sabemos, a pesar de tanta propaganda, que nada de eso es ni será sostenible en un mundo de competencia brutal e interminable, y en ese sentido tampoco debe extrañar que la ciudadanía adopte ciertas actitudes de resistencia que a algunos (pongamos de izquierdas) nos parecen irracionales y egoístas, pero que responden al miedo comprensible a una globalización amenazante en la que la opulencia prometida no llega y en la que algunos hacen concesiones y sacrificios pero otros no. Sí, la insolidaridad de los nuevos tiempos es penosa, pero la agotadora carrera de la competencia capitalista también lo es, y no parece que todo el mundo esté igual de ilusionado ante la incertidumbre de un mundo futuro basado en dogmas cada vez más opresivos, como el maldito culto a la "innovación" -o a la "calidad"-, que ofrecerá progreso (en según qué aspectos), pero a costa de un cansancio infinito.

En este caso, el miedo no es excusa, pero sí es causa. Algunos políticos saben manejar y aprovechar ese miedo, y nada más fácil para ello que carecer de categorías solidarias útiles, como lo fue (y debería seguirlo siendo) la de clase trabajadora, en la que nadie parece querer reconocerse ya. Así nos va.

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