"Yo no he muerto en México" (novela)

martes, 12 de enero de 2016

¿SPLEEN?


Hace años entraba en las librerías para ver mis propios libros en los anaqueles. Hoy ni siquiera eso. Hasta mi vanidad se está agotando. Como se enteren mis estudiantes, estoy perdido.
Las pocas veces que entro en una librería, casi siempre para comprar algún regalo o acompañar a alguien que tiene que hacer esa misma tarea, suelo sufrir el mismo tipo de vahído: empieza con algo de asfixia ante tanta agresividad gráfica y tipográfica, ante el baile de colores y reclamos, ante la suma colosal de la creatividad internacional. Sí, supongo que hay tantas esperanzas, ilusiones y utopías que uno debería embriagarse de optimismo en ese bazar; pero al mismo tiempo, parece imposible que todavía haya algo por decir. Por eso para mí la librería se parece a un pasadizo oscuro lleno de trampas.
Lo que me viene después de la sensación de asfixia es la molicie general: una profunda sensación de humildad que deriva en inutilidad, una desnutrición absoluta para cualquier esfuerzo futuro. El problema, supongo, es en el fondo la falta de argumentos para indignarse: no puede ser malo que se escriba tanto (salvo presentadores de Telecinco, claro). Además, ya no se puede ser escritor maldito, porque eso se acabó para siempre, y quizá sea mejor así.
La librería es la versión más hostil de la biblioteca, que será el lugar de la felicidad para muchos escritores, pero no para mí. Mi biblioteca personal, sí, me trae todavía buenos recuerdos: los libros de Club Bruguera, las cubiertas de Daniel Gil para Alianza Editorial, todos aquellos libros baratos que quién sabe si aguantarán ser hojeados dentro de unos años. Pero cada día soy menos bibliófilo; empiezo a tener fobia a la novedad deslumbrante, a la teoría revolucionaria, a la suma erudita. Supongo que es mi problema, y de nadie más.


¿Fahrenheit 451? Soy más melancólico que apocalíptico. La cultura es una pesadilla, y sin embargo sigue siendo lo mejor que tenemos.

3 comentarios:

  1. Ciertamente, está todo dicho. Pero también existe eso que Bellatín llama la pulsión interior. Una especie de enfermedad que hace que muchos sigan escribiendo. En las librerías tal vez encuentres una versión más comercial de esa pulsión.

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    1. Sin duda, existe la pulsión interior, y que dure. Lo que me pregunto es si esa pulsión resistirá indemne a la erosión de los viejos conceptos carismáticos de lo que significa ser "escritor". No solo se ha masificado el consumo, sino también la producción. Veremos qué pasa si el atasco se cronifica.

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  2. Es muy cierto lo que dices. Precisamente, hoy me pasaron este artículo, que tiene muchos puntos de coincidencia con lo que comentas:

    http://www.elconfidencial.com/cultura/2016-01-14/el-lector-binario-y-otros-caminos-que-llevan-al-libro-a-la-debacle-industria-editorial_1134951/?utm_source=dlvr.it&utm_medium=facebook

    Abrazos.

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