NICARAGUA (I)
La mecedora, más que la hamaca, es el mueble Ikea de la pachorra en
Granada, la hermosa ciudad colonial, gozosa de su primacía histórica entre las ciudades americanas de tierra firme. Granada, ahora lo sé, es un topónimo que no
decepciona nunca; al otro lado del océano, puedes stendhalianamente cegarte de
luminosidad colonial y de maravilla telúrica. Por ejemplo, hay edenes de juguete creados por los muy ricos en las isletas del gran lago, aunque cuando uno navega por
esas aguas interiores piensa que en cualquier momento puede encontrarse
también al coronel Kurtz y a sus soldados. El mundo digital, en cambio, llega muy poco a poco al país.
En cierto sentido, no importa: Google, con todo su magma, nunca podrá suplantar
a los volcanes de verdad.
En Granada hay pocos científicos pero abundan los poetas (pronúnciese "puetas"), aunque no
parecen haber aprendido mucho del cosmopolitismo del héroe Rubén. Se comunican
entre ellos en lo que parece una parodia de la ciudad letrada de
Ángel Rama: “sí, pueta”, “gracias, pueta”, “¿cómo estás, pueta?”. Los ciudadanos-poetas de esa república dejan
abierta casi siempre la puerta de la casa, y así, sentados en las mecedoras, crean y
multiplican los chismes de cada día, mientras luchan contra la humedad que pesa como una
piel de plomo.
Al igual que la humedad, Daniel Ortega es omnipresente. La propaganda
inunda las calles y promete una Nicaragua “cristiana, socialista y solidaria”, aunque
en ocasiones el mensaje parece más una santísima trinidad del nacionalismo de
mercado, que también tiene mucho de sacro. En el fondo, los marxistas siempre
tuvieron razón: la economía es lo más importante. Daniel, por eso, trata bien a
los ricos. Sí, Daniel cada vez rima más con Fidel, pero para compensar, Rosario
Murillo es la Hillary Clinton del sandinismo 2.0. Así es la nueva política: se
vota pero no se elige.
Los viejos exsandinistas, todos "puetas", se quejan en sus mecedoras de
cómo han acabado las cosas, pero la indignación, en realidad, es tibia y casi
fatalista. Daniel les ha arrebatado la bandera y tal vez también el relato. Ellos
recuerdan los tiempos heroicos pero la biología es infalible: ya no hay
energías. Aunque Daniel Ortega sí parece ser inmune al cansancio y sabe perfectamente
cómo tantalizar el progreso y la democracia real.
Es cierto que los no sandinistas tuvieron dieciséis años para
aplicar sus recetas liberales y no parece que los resultados sean ejemplares. Los
vestigios del subdesarrollo continúan: servicios públicos deficientes,
universidades mediocres “de zaguán” que prometen una inverosímil excelencia, y un
mundo permanente de señores y criados que sigue exhibiendo su oprobio desde los
tiempos de la colonia. Sea como sea, eso no importa a los muchos jubilados extranjeros
que compran e invierten allí, como tampoco les importa que Granada sea una
ciudad sin semáforos. Lo importante es que no hay secuestros-exprés y que es un
buen lugar para morirse con la sensación de ser muy rico.
Seguramente ya no habrá otra
revolución nunca, y quizá todo es ahora más o menos aceptable. Pero alguien
tendría que preguntarle a las mujeres. Ellas tienen mucho que decir, y apenas
lo dicen. También ellas son Nicaragua.
No hay comentarios:
Publicar un comentario