"Yo no he muerto en México" (novela)

domingo, 1 de mayo de 2016

SIGUE ACTIVA LA ALERTA GENERAL

Y llegaron los refuerzos, en este caso fichados del extranjero: Enrique Krauze, el heredero de Octavio Paz, también conocido como el Montaigne de Anáhuac, se suma a la campaña contra Pablo Iglesias y Podemos. No deja de asombrarme el toque de reunión (en términos de mi colega y sin embargo amiga Claudia Gilman) de cierta intelectualidad hegemónica para defenderse de la terrible amenaza que supone alguien que aspira a ser presidente siendo profesor de universidad y que, como buen leninista totalitario, publica en New Left Review (publicar en El país o en Claves de razón práctica es otra cosa, ya lo sabemos, frente a los think-tanks de la izquierda, laboratorios de la opresión). Me asombra, sobre todo, por la torpeza: la reacción desaforada y mercenaria de algunos clercs de nuestro tiempo -muy similar a la de muchos informativos y editoriales de la prensa- no hace más que generar simpatía y votantes potenciales entre las nuevas generaciones, que pueden adolecer, seguramente, de ignorancia histórica y falta de sedimento cultural, pero que no son totalmente ciegos a la hora de percibir los privilegios de clase de los sedicentes intelectuales independientes (y aquí se me ocurre imitar a Gene Hackman en Sin perdón: “¿Independientes? ¿Independientes de qué?”).
Por razones personales y también académicas, soy especialmente sensible a las relaciones hispanomexicanas, y por eso reacciono con urticaria cuando veo la hipersensibilidad de alguien como Krauze frente a la venezolización fatal e inevitable de España en comparación con el paraíso mexicano, que, como sabemos, tanto avanza, cada día, en derechos humanos y democracia. Por supuesto, el gran problema de Iglesias es, para Krauze, su obsesión por la teoría: increíblemente, en el colmo de la soberbia intelectual, tiene una teoría y quiere llevarla a la práctica, lo que implica ingeniería social y, de manera inevitable, represión y a la larga exterminio. La alternativa es conformarnos con la praxis sin teoría de Rajoy o Peña Nieto, famosos por su sensibilidad lectora y la amplitud de sus referencias bibliográficas.
Admitamos sin paliativos el fracaso del actual experimento bolivariano, aunque resulte muy significativa la desmedida atención que Venezuela obtiene hoy en España teniendo en cuenta los escasísimos conocimientos que el 99% de la población española tiene sobre el país (a ver cuántos son capaces de decir, sin wikitrampas, quién gobernaba antes de Chávez, o dos escritores venezolanos de cualquier época). Pero los que tenemos cierta familiaridad con los debates intelectuales y culturales latinoamericanos sabemos que todo es algo más complejo de lo que parece desde la ignorante metrópoli, y que Laclau y compañía -referentes, al parecer, de Iglesias- no son fáciles de extrapolar a los contextos europeos. Pero es que además, la querella pública que se centra hoy en Iglesias tiene otras ramificaciones, menos importantes para el ciudadano medio, pero muy significativas para los que nos preocupamos, grosso modo, por la producción de cultura. Me refiero a la pelea sectorial en la que los intelectuales hegemónicos españoles o cofinanciados en España defienden su status quo ante la posibilidad de ser desplazados o, más sencillamente, ante el simple hecho de que su voz ya no tenga el eco de antes, por lo que convierten sus pseudoproblemas en una especie de amenaza global para el futuro de la Humanidad.
En la disputa por el monopolio del conocimiento (y su valor económico), en la que la universidad resiste hoy a duras penas y en la que, admitámoslo, comete muchos errores, el batallón intelectual lleva desde Zola intentando ganarse la poltrona. Es cierto que el bando intelectual ha sufrido durante el siglo XX importantes desgracias que no se pueden minimizar; pero llegó al siglo XXI con la ilusión de que la popperiana sociedad abierta les iba a conceder por fin el status de ensueño de nueva aristocracia dedicada a producir cultura y firmar libros. En España, la ilusión fue especialmente convincente: durante casi treinta años, el negocio cultural funcionó bien para unos cuantos, en crecimiento permanente, fomentando un optimismo histórico y una comodidad que parecía ilimitada. Sin embargo, ahora que por fin parecía todo encarrilado, aparece la sociedad digital y cualquier tontaina les quita las medallas (y el bolo televisivo) con sólo escribir 140 caracteres, sin una tilde. Por no hablar del pirateo. Frente a este fin de ciclo, algunos hacen palinodias poco creíbles (Muñoz Molina) y otros sufren escozores espectaculares (véase la reacción de Jon Juaristi al libro de Sánchez Cuenca).
Y en eso se presenta en escena alguien como Iglesias, que desata las alarmas de la celosa intelectualidad dominante. Alberto Garzón es inofensivo, en comparación, porque su techo electoral es clarísimo por su estigma comunista; Iglesias, en cambio, ha aprendido de los errores estratégicos de Julio Anguita y domina mucho mejor la comunicación masiva. Es tacticista como el que más y sabe debatir ante diversos niveles de público, incluidos esos intelectuales que siempre se creyeron guardianes de la dignidad crítica. Por eso, ante la posibilidad de que cautive a las nuevas generaciones de lectores y votantes, se vuelve necesario subir el nivel de la lucha propagandística echando mano de todos los recursos, incluidos los gladiadores intelectuales. 


No tengo ningún interés en defender a Iglesias ni a Podemos, que me parecen ambiguos y superficiales en muchos aspectos; lo que me interesa es reflexionar sobre cómo la sola posibilidad de que un profesor de universidad determine la política nacional ha desatado la reacción de toda la guardia de corps liberal. Los argumentos contra Iglesias y su círculo, más allá de las hipérboles leninistas o goebbelsianas, se resumen en dos: son demasiado académicos y tienen maquiavélicas estrategias planificadas para que triunfe el populismo(teoría de Krauze) y son académicos que proceden de la corrupta y degradada universidad española (argumento de Félix de Azúa en otro memorable texto).

Podría comprar los dos argumentos, desde luego. Pero tanta beligerancia contrasta fuertemente con años y años de letargo crítico hacia el poder en España. A ello hay que añadir que sorprende la sospechosa indulgencia con una clase política, la española no podemita, más propicia a la caricatura que a los posdoctorados. Será que son preferibles políticos que han estudiado en la escuela del partido toda la vida, como Susana Díaz. O quizá será que los intelectuales pueden influir y presionar mejor en esos políticos digamos menos eruditos
Por otro lado, asombra que aparezca por fin el debate sobre el bajo nivel de las universidades españolas y los riesgos de dejarse guiar por sus pontífices. ¿Ahora nos damos cuenta de que la universidad española es un nido de prevaricaciones disimuladas, clientelismos, enchufes, despilfarros en comilonas y pensamiento fosilizado? ¿Ahora, no antes, en los treinta años en los que han estado ahí el mismo Azúa, Juaristi, Savater, de Miguel y tantos otros, incluidos los mandarines de la crítica literaria? La universidad española es, en muchos sentidos, un desastre desde hace tiempo (desde fray Luis de León, si me apuran) y todos los que estamos dentro lo sabemos, aunque muchos no se atrevan a decirlo. Si empezamos a criticar el sistema universitario español y sus repercusiones aberrantes, me temo que Podemos no es prioritario, aunque sólo sea por antigüedad.
Insisto en que tengo bastantes objeciones a la estrategia y el ideario de Pablo Iglesias. Pero no puedo negar que me divierte el evidente reconcomio de una elite letrada que, oblicuamente, al advertirnos de la larvaria satrapía de Podemos, nos está revelando muchos de sus temores más íntimos, al tiempo que nos está informando de cómo ha funcionado el sistema de posiciones en el campo intelectual español durante las últimas décadas (para mí el año clave es 1986, con el referéndum de la OTAN, que enseñó a los intelectuales españoles cuál era el camino de la supervivencia). Habrá que ver si se produce finalmente el reajuste y llega el sorpassono sólo en el terreno político, sino también en el de la cultura, donde la batalla se ha recrudecido inesperadamente.


6 comentarios:

  1. Muy bueno, Pablo. Coincido contigo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me encantó leerte. Muy interesante tu postura, y de paso nos permite ver las de otros actores. Felicidades!

      Eliminar
    2. Me encantó leerte. Muy interesante tu postura, y de paso nos permite ver las de otros actores. Felicidades!

      Eliminar
    3. Gracias a ti por leerme, Patricia. Un saludo.

      Eliminar
  2. Pablo, coincido contigo con que el español, no todos, habla de oídas, de lo que escucha de los opinadores de las tertulias llenas de "eruditos" de todo, escoradassnifiestamente hacia a los propios intereses empresariales. Luego salen las ensaladas mentales de algunos que ni siquieran sabrían señalar a Venezuela en el mapa y creen, todavía, que España llevó a América el catolicismo como un regalo por la gracia de Isabel y Fernando. ignorania y prejuicio, binomio explosivo!

    ResponderEliminar